14 diciembre 2014

La cocina

Joan Pau Inarejos
La cocina es nuestro campo de batalla con el mundo. En ella no valen reposos ni devaneos sensuales. Desde el descubrimiento del fuego hasta la vitrocerámica, el lugar de la cocción y transformación de los alimentos tiene algo de lucha doméstica entre naturaleza y cultura. Es el altar de la materia domeñada. 

La cocina es militar, y basta observar las formas y funciones de sus objetos más característicos. Pertrechados con la tapa de la sartén a modo de escudo, hostigamos la carne enemiga. El delantal nos sirve como armadura frente a embestidas y salpicones, al tiempo que empuñamos nuestra lanza embadurnada de sofrito. La bestia gruñe y chisporrotea en el aceite hirviendo, otro elemento evocador de las batallas medievales. Se le pincha y voltea con denuedo, poniendo a prueba su resistencia. Tras la intensa y ruidosa lid, agoniza y se rinde.

La rejilla de los fogones, agreste y metálica, nos recuerda la entrada hostil de los castillos. Su silueta marca el perímetro defensivo de la cocina. Si en el hierro bullen los combates más candentes, a sangre y fuego, los vencidos yacen en las oscuras mazmorras del horno, donde serán consumidos por largo tiempo. Los caídos son arrojados a la fosa común del cubo de la basura, mientras otros tantos se ahogan en las turbias pozas del fregadero. El extractor lo domina todo con su alto y orgulloso torreón.

Concluida la cruzada, paseamos a la víctima por el corredor triunfal del pasillo, e incluso adornamos nuestra victoria con hojas de laurel u otros aromatizantes. Una vez en el comedor, llega la hora del descanso del guerrero. Pero de eso ya hablaremos otro día.



Recorridos metafóricos por el hogar


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