01 marzo 2015

'El libro de la vida':
descubriendo el Halloween latino

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

Lástima por el tono infantiloide y un poco bobalicón, porque si no estaríamos hablando de una de las mejores películas de animación de los últimos tiempos. Creativa, enérgica, visualmente brillante. Una oda al folclore mexicano con pespuntes de Tim Burton. Un cuento mitológico que nos traslada a los años gloriosos de ‘Aladdin’ o ‘Hércules’ –cuyos personajes cómicos, el Genio y Hades, son pura antología Disney– y que se atreve diseñar a sus personajes como muñecos de madera. ¡Olé!

Lástima por el exceso de chistecitos tontos, porque en las hechuras de Manolo y Joaquín casi creemos ver una versión hispánica y torera de Woody y Buzz Lightyear, los protagonistas de la revolucionaria 'Toy Story'. La fantasía de Jorge R. Gutiérrez, financiada por Guillermo del Toro, parece aplicar los logros de la era post-Pixar a las historias de matriz cultural-folclórica que (casi) habíamos perdido. La animación ha visitado la mitología griega, los cuentos medievales, el Halloween: ¿por qué no el Día de Muertos mexicano?

Lástima por el superávit de secundarios mediocres, porque la peculiar festividad latinoamericana, paradójicamente repleta de color y alegría, era un mundo simbólico a la espera de ser descubierto por el cine de masas. Reinterpretada por la mano maestra de Gutiérrez, esta celebración del 2 de noviembre se convierte casi en un corte de mangas latino contra el Halloween burtoniano de 'Pesadilla antes de Navidad' o 'La novia cadáver'. Aquí estamos nosotros, reímos más y somos más felices que los yanquis. Viva México cabrones. A los toreros-cadáver de Gutiérrez & Del Toro sólo les falta cantar como Mecano: "Y los muertos aquí lo pasamos muy bien, entre flores de colores".

Lástima por ese prólogo innecesario que se obstina en contar la historia desde el presente, pero incluso así, el concepto mortuorio de la cultura mexicana, ese curioso híbrido de las tradiciones precolombinas y el catolicismo, será un feliz descubrimiento para todos aquellos acostumbrados a ver la muerte con el pudor y el escalofrío anglosajón. Aquí no hay división entre vivos y muertos, sino entre el Reino de los Recordados y el Reino de los Olvidados. En los puestos de mando de ambos feudos están dos dioses totémicos prodigiosamente animados, La Catrina -dama funeral y esplendorosa- y Xibalba, un villano tan histérico y sagaz como el Yafar de 'Aladdin' o el dios Hades de 'Hércules' (qué tiempos, snif).

Una apuesta entre los dioses, como en las antiguas mitologías, desencadena la historia y nos conduce por una original revisión del mundo de la tauromaquia. El toreo no es aquí una mera celebración del cliché sureño, sino ocasión para enhebrar un relato heroico sobre el perdón, la búsqueda de la vocación y el peso de los antepasados. Una riquísima floración de significados recorre todo el relato de amistad-enemistad entre Manolo y Joaquín bajo su aspecto de entretenimiento familiar. Hay amor por la cultura mexicana, por esos poblachos entrañablemente caricaturizados. Hay ironía desarmante en esa versión improvisada de 'Creep' de Radiohead a cargo de un torero enamorado. Hay gozosas ucronías y hay, por encima de todo, un ritmo endiablado, una diversión retiniana permanente. 

Lástima que no estemos hablando de una obra maestra.

‘EL LIBRO DE LA VIDA’, DE JORGE R. GUTIÉRREZ
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