29 marzo 2015

'El año más violento': ¿mafioso yo?

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

Atrapar el espíritu de una época no es fácil. Jeffrey McDonald Chandor lo consiguió en ‘Margin call’, una de las mejores películas sobre la génesis de la crisis financiera de finales de los 2000 –mucho más eficaz e incisiva, por ejemplo, que la sobrevalorada ‘El lobo de Wall Street’. Esta vez nos lleva a la América de principios de los ochenta para condensar lo más oscuro y larvado de aquella sociedad que se entregó al sueño del reaganismo.

Oscar Isaac -todo un hallazgo- conquista al público con su mirada oscura y es inevitable, como se ha dicho, no ver en el cejudo actor guatemalteco una especie de resurrección del Michael Corleone encarnado por Al Pacino. A Abel Morales, el altivo empresario del combustible al que da vida, seguramente le horrorizaría esta comparación, ya que se empeña en demostrar a los demás y a sí mismo que no es un mafioso ni un corrupto. Lo dice con sus andares, con su amanerado abrigo amarillo. No es como ellos.

La aparente respetabilidad del protagonista, el anhelo por medrar de este hispano obsesionado con la idea utópica del éxito Made in USA, es lo que distingue ‘El año más violento’ de la mayoría de padrinos que pululan por el género. Nuevos tiempos, corbata y revolución conservadora. Por supuesto, esta quimera sólo se puede edificar sobre una gran hipocresía, sobre un cinismo casi inconsciente de sí mismo. El álter ego del soberbio Abel es su mujer -Jessica Chastain-, nativa americana mucho más pegada a la cruda realidad, imprescindible puente de enlace con el mundo de lo ilegal.

Con todo, lo mejor es la majestuosa dirección de J. C. Chandor, altamente magnética, trágica, llena de poderosos claroscuros, a la altura del mito Coppola. La escena de la persecución en la ciudad, con esa caza del hombre tan física, implacable y jadeante, se merece un pequeño Oscar, lo mismo que esos oscuros cónclaves criminales con el concurso de judíos ortodoxos. O cierto momento de catarsis, con el clan Morales a punto de lograr su sueño americano, contemplando Nueva York todavía con las Torres Gemelas, ignorando que alguien, a sus espaldas, puede estar a punto de estropeárselo. O no.

‘THE MOST VIOLENT YEAR’, de J. C. CHANDOR
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La barbería

Joan-Pere Viladecans
'Rostros contra el tiempo', La Vanguardia 20/3/2015


Así eran los barberos antes de llamarse peluqueros o psicoestetas. A un paso entre el psicólogo y un confesor. Entre el chafardeo profesional y el vocacional. Los caballeros se arreglaban el cabello, algunos se afeitaban a brocha y navaja, y a algún fachilla le recortaban y daban tinte al bigote. “¿Una monedita para la radio?”. Brillantina y loción con masaje, aparte. Dicen que los varones salían con la autoestima en ristre, la moral encajada ... y con todo un sábado por delante. Antes de lo hipster, a las señoras les gustaban rasurados, perfilados de patillas y con el cogote descendido. Eran tiempos en que, aún, “la cara era el espejo del alma”; hoy, la cara va por un lado y el alma por otro.

27 marzo 2015

Amic que ja no em recordes

Joan Pau Inarejos
No: no tens cap atac d’amnèsia, ni et corca cap malaltia de nom alemany. N’hi ha hagut prou amb el pas del temps perquè senzillament, inevitablement, no em recordis. No en tens cap culpa. Tu ja no necessites el meu nom propi en el currículum vital, però jo, durant un temps, passejava el teu amb triomfalisme infantil. El meu amic.

Sé que t’agradava ‘Give it up’, i t’emprenyaves si no la posaven a la discoteca de la casa de colònies –ara que hi penso, un lloc ben ambigu: discoteca amb professors, quan encara no teníem edat per sortir de nit–. Sé que t’agradava el bàsquet i que et negaves a participar de l'absolutisme futbolístic a l’hora del pati. Els que no jugàvem a l'esport rei (o a cap, en el meu cas) érem integrants d'un corrent minoritari condemnats a entrendre’ns.

Tu ja no em recordes, però jo tinc ben present la teva silueta llargaruda, com una referència infal·lible enmig del caos de l’esbarjo, o en el moment hipercompetitiu de fer això que en dèiem una fila índia (i ara em ve a la memòria que els agosarats que no seguien les normes eren estigmatitzats com a colons, per acabar d’arrodonir l’al·legoria indigenista). Recordo que ta mare i tu éreu pastats, i em sembla que jo li queia bé, a les mares els agrada que els amics dels fills siguin nyicris estudiosos i previsibles sense vel·leïtats violentes.

Eres alt, però no gaire fort, i ja se sap que els dèbils tendim a desenvolupar una moral compassiva. Les baralles i els duels prepúbers no eren per a nosaltres. Recollíem boles de paper de plata quan ningú no ho volia fer. Fins i tot, contravenint el purisme de les germandats masculines, acceptàvem noies en el nostre cercle, amb interessos més o menys amicals, amb fantasies més o menys compartides. Espero que no recordis, sisplau, aquella cosa vergonyant que vam anomenar El Club de la Risa, vagament inspirada en les colles pessigolles dels dibuixos animats

Avui et veig a Facebook compartint vida amb gent molt gran i estranya, com si t’haguessis escapat del teu lloc natural que és aquell lapse juganer entre els meus set i dotze anys. Tu ja no et recordes de mi, esclar, però jo retinc a la memòria, com un dolor prematur o un ritu d’iniciació, el moment en què ens van separar de classe i tu vas passar a aquell col·lectiu innominable, que tan menyspreàvem, catalogat amb la segona lletra de l'alfabet. A certes edats, A o B implica tanta distància dramàtica i patriòtica com dos països en l’etapa adulta. Ser del B era una baixesa que mai ens succeiria a nosaltres.

Després, les velocitats hormonals i la meva incorregible mania de no cuidar les amistats van fer la resta. No ens hem vist més, i si ens hem vist no ens hem saludat, i si ens hem saludat un dels dos no queia en qui era l’altre, o no el reconeixia de lluny. Avui ens sentiríem com dos paios extravagants si intentéssim reconstruir els nostres antics i fortuïts lligams escolars. Per això, perquè no vull trencar el vidre analògic de la meva infantesa, t’he visitat uns instants amb el ratolí, he posat els dits sobre el teclat i he decidit no dir-te res.

23 marzo 2015

'Negociador':
el difícil pacto entre humor y violencia

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6

A ETA le ha llegado su momento desmitificador. Siguiendo la máxima woodyalleniana que define la comedia como “tragedia más tiempo”, ha bastado el afortunado cese de la violencia y unos años de pacificación social esperemos que definitiva para que los ironistas desenfunden el estilete. Tenía que pasar. Para ser justos, el humor vasco lleva años caricaturizando sin piedad a los villanos encapuchados, pero todavía quedaba algo más delicado por hacer: reírse de los héroes.

El título no engaña: más que a los terroristas o a sus adláteres, la nueva comedia de Borja Cobeaga se dedica sobre todo a desdivinizar y desdramatizar a los hombres de Estado encargados de neutralizarlos. Los tópicos euskaldunes no salen tan mal parados como el mito del estado de derecho y sus resueltos enviados especiales. Ese Negociador con ene mayúscula, que tendemos a imaginar como un inteligentísimo estratega, con el país en la cabeza y un único y metódico objetivo, se convierte en un prosaico mortal cuando toma las facciones de Ramón Barea.

El bilbaíno presta su facha quijotesca a este personaje singular, dicen que inspirado en el socialista Jesús Eguiguren, y cuyas peripecias están libremente basadas en las reuniones secretas mantenidas con la banda terrorista en los años 2005 y 2006. Un señor que, admitámoslo, parece más movido por el aburrimiento o la autoestima gallinácea que por los honorables objetivos de la democracia y la libertad. Lo más interesante de ‘Negociador’ es su mirada, su enfoque. No sólo porque adopta el insólito punto de vista del negociador, sino porque se centra, además, en los aspectos más humanos y menos políticos del protagonista: los primeros planos sobre su cara, sus tristes arrugas, su atuendo desaliñado. Escenas que resaltan su soledad, su apetito bovino, su ingenuidad o su increíble desconocimiento de las nuevas tecnologías más elementales (cierta melodía de móvil viejuno acude siempre para romper cualquier momento importante con su sonsonete insoportable).

Aunque Cobeaga se aleja, y mucho, del trazo grueso que empleó en ‘Ocho apellidos vascos’ -de la que fue guionista-, su retrato del don nadie metido a negociador no puede evitar caer también en sus propios tópicos. Los guiños mujeriegos y borrachines chirrían un poco con el fondo realista e incluso dramático que se pretende dar a la historia, lo mismo que esos diálogos esquemáticos en la mesa de negociación, con algún que otro gag regional previsible, ante la cara de estupefacción del mediador anglosajón. ‘Negociador’, en fin, parece mejor pensada que hecha, sus intenciones se antojan más loables que su irregular resultado, a medio camino entre la disección desapasionada y el alma de sitcom que se acaba colando inevitablemente por los resquicios (véase la escena en el restaurante con Secun de la Rosa: cuando gana en risa pierde en credibilidad). El conjunto decepciona un poco, nos quedamos esperando alguna catarsis o algún plano memorable, pero está bien que Borja nos recuerde una obviedad sepultada por los titulares y la propaganda: los buenos y los malos son igual de humanos... para chasco de sus respectivas parroquias.

‘NEGOCIADOR’, de BORJA COBEAGA
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20 marzo 2015

'Calvary': sant Brendan Gleeson

per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

Els germans McDonagh han demostrat amb escreix que són uns monstres fílmics, cineastes capaços de construir un món propi, meravellosament sarcàstic i pervers, magistralment manufacturat, amb regust de fusta, wkisky i taberna irlandesa. Amb ressons criminals, religiosos, amb ecos de cinema negre i de western. I amb actors fetitxe tan grans, física i artísticament, com el gran, gran, Brendan Gleeson.

El grassó dublinès, que ja ens va atrapar a ‘Amagats a Bruges’ (2008, Martin McDonagh) i ens va conquerir definitivament en la genial ‘L’irlandès’ (2011, John Michael McDonagh), torna a ser el còmplice perfecte d’aquest parell de provocadors nats, ara més tenebrosos i metafísics que mai. És cert, a Bruges ja meditaven sobre l’infern davant els quadres d’El Bosch, i a ‘Seven Psychopaths’ (2012, Martin McDonagh) la mort apareix en tètriques i obsessives envestides d’humor negre.

Però ‘Calvary’ és, ara per ara, l’obra macdonaghiana que mira més i més seriosament el tràngol mortuori, especialment les seves derivades morals: expiació, càstig, homicidi. Acompanyat d'una poblada barba pèl-roja, Gleeson se’ns presenta com un afable capellà rural, íntimament corcat pels dubtes, que es veu de la nit al dia involucrat en una cruïlla criminal de la qual no se’n poden desvelar gaires detalls (això sí, només cal esperar al minut u de la pel·lícula).

Amb l’onatge de les costes irlandeses com a tràgic i permanent teló de fons, John Michael McDonagh va teixint el seu particular sentit de l’humor, sorneguer i de marxa lenta, alhora que ens torna a obsequiar amb la seva fotografia esplèndida, la seva posada en escena perfecta com l’acer. Genial l’amic Gleeson, capaç de contenir-se admirablement després del personatge sapastre de ‘L’irlandès’, i senzillament sensacional el ventall de secundaris, tota una fauna de fel·ligresos oberts en canal amb les seves misèries i excentricitats, sense ni un bri d’idealització rústica o bucòlica.

En aquest llogaret nòrdic no hi ha lloc per a la pau divina: l’ombra de la pederàstia a l’església catòlica hi apareix des de bon començament com un esput negre, i de fet ‘Calvary’ es pot considerar una de les obres més profundes i complexes sobre aquesta xacra, autèntic escàndol nacional en terres gaèliques, fins i tot quan el director empra el to més aparentment irreverent i corrosiu. Tampoc, val a dir-ho, se salven de la crema els pecats de l’individualisme modern i del capitalisme de casino (antològic el pla del sacerdot triangulat sota un entrecuix pixaner).

Mossèn James, monumental i curull d’humanitat, passa per aquesta pel·lícula com un ésser condemnat a la solitud -el temple cremat n’és una metàfora punyent-, i fins i tot el podríem veure com una mena de màrtir accidental de la societat contemporània, amb els seus delictes i faltes pendents de redimir. Un personatge, en tot cas, com una casa de pagès, digne de les grans novel·les malgrat la seva extrema parquedat de paraules, pare espiritual i alhora pare carnal –magnífica, melangiosa Kelly Reilly–, home en retirada que passeja la seva mirada compassiva i agnòstica entre un món de mediocres i psicòpates. “Si Déu no t’entén, ningú no podrà”, diu el sofrent confessor. La fosca antiparàbola moral de McDonagh potser no queda tan rodona i desimbolta com ‘L’irlandès’, però el cel i la terra són plens de la glòria de Brendan Gleeson.

‘Calvary’, de John Michael McDonagh
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18 marzo 2015

El arte de no tener los pies en el suelo

Joan Pau Inarejos
Una entrada brillante del amigo Lluís Mata me obligó, en un sentido poético e insoslayable, casi como un deber moral, a leer ‘El barón rampante’ (1957). Sobre esta archifamosa novela italiana tenía, por algún motivo, vagos prejuicios, injustificados recelos: el título, tantas veces citado en mis libros escolares de literatura, me evocaba ambientes cortesanos envarados y aburridos, y tendía a imaginar a su protagonista como un aristócrata con el ceño eternamente fruncido. Qué equivocado estaba, por suerte. Y cuánta razón tiene Machado al desear que no sea verdad nada de lo que pensamos.

Con una sencillez de estilo desarmante, Italo Calvino nos lleva a un lugar imaginario de la costa de Liguria, Ombrosa, y nos cuenta la odisea de un pequeño heredero de la nobleza local, Cosimo Piovasco di Rondò, dispuesto a trepar por los árboles –rampar– y vivir en ellos si hace falta con tal de zafarse de un padre autoritario. La revolución arbórea de Cosimo, en pleno siglo de las luces (1767), bulle de un primitivismo infantil, peterpanesco, que el título apenas permite adivinar. Inocente y culto, insolente y carismático, Cosimo es de esos personajes de los que te encariñas para siempre tras ver pasar su vida de papel. A mí, como al amigo Lluís, tampoco me importaría tener un retoño Cosimo: más aéreo, más limpio de espíritu que yo.

El duelo entre padre e hijo, entre Antiguo y Nuevo Régimen, nos deja algunos de los pasajes más tronchantes del libro. El hermano de Cosimo, discreto narrador de la historia, siempre secretamente fascinado por él, cuenta que los padres jamás se preocuparon por si se rompían un brazo o una pierna al deslizarse por las balaustradas de la finca señorial, "y fue la razón - creo yo - de que nunca nos rompiésemos nada” –¡toda una lección de pedagogía!–, sin olvidar los diálogos plagados de ironía entre el arrogante progenitor y su vástago, atrincherado en las alturas: “- Buenos días, señor padre. - Buenos días, hijo. - ¿Estáis bien? - De acuerdo con los años y los sinsabores. - Me complace veros animoso”.

La fábula de Calvino, con toques de realismo mágico, convierte a su intrépido protagonista en una especie de Forrest Gump del siglo XVIII, capaz de hacerse famoso en toda Europa, cartearse con los filósofos más importantes de la época (desde Rousseau hasta el mismísimo Voltaire, que queda impresionado por la justificación de su vida entre los follajes: “Quien quiere mirar bien la tierra debe mantenerse a la distancia necesaria”) y hasta verse cara a cara con nada menos que Napoleón, a quien tiene el honor de hacerle sombra (“- ¿Puedo hacer algo por vos, mon Empereur? - Sí, sí, poneos un poco más acá, os lo ruego, para protegerme del sol, sí, así, quieto...”).

Desde su búnker vertical, el barón rampante ve pasar la vida de Ombrosa, preserva el pueblo de los incendios, aborta los ataques de las fieras e incluso organiza batallas contra los piratas o los austrosardos. Ora poeta, ora estratega militar, Cosimo observa pacientemente el paso de las estaciones, presencia los romances de las aves (“En primavera el mundo sobre los árboles era un mundo nupcial”) e incluso asiste a los entierros, aunque los árboles de la muerte sean más inasibles (“a los cipreses, de fronda tan espesa, no hay modo de trepar”). Desde su hogar asilvestrado revive los impulsos y sentimientos más primitivos de la humanidad (“ese amor que tiene el cazador por lo que está vivo y no sabe expresarlo más que apuntando con el fusil”) sin dejar nunca su querencia febril por la lectura y la escritura, para mejor comunicarse con el mundo y pergeñar sus altos ideales (impagable el momento de las ardillas que se llevan las letras Q, “y Cósimo tuvo que comenzar ciertos artículos Cuien y Cuienquiera”).


Entre las estampas tan vivas de la novela, cómo olvidar la colonia de exiliados españoles, una cuadrilla de hidalgos y damiselas obligados a vivir en los árboles porque el rey les impide pisar sus dominios (desterrados, pues, en vertical). Calvino describe los “salones arbóreos” de estos hispánicos huéspedes, que reciben al muchacho con “hospitalaria gravedad”, y cuán sugestivo el rastro de esa amada granadina tras la partida, de la que quedan, prendidos en las ramas, “aún alguna pluma, alguna cinta o encaje que se agitaba al viento, y un guante, un parasol con puntillas, un abanico”. En las evocaciones goyescas de España también se cuela Catalunya: véase cierto bandido que se arranca a farfullar en la lengua de Llull, con gazapos ritabarberianos incluidos: “Bon dia! Bona nit! Està a la mar molt alborotada”… ‘Il barone rampante’ es, también, un gozoso follón de lenguas y nacionalidades.

Incontables lecturas sobre el orden y la revolución, sobre la dialéctica de padres e hijos, sobre la naturaleza y la cultura, caben en este cuento entrañable de doscientas cincuenta páginas, donde Ombrosa se asienta en nuestro imaginario con la fuerza del Macondo de García Márquez o el Neverland de Peter Pan. Ombrosa se nos presenta como un remanso frondoso en medio de la Europa bélica y jacobina, un lugar donde hasta los soldados se mimetizan con el musgo y el liquen (Cosimo descubre la función civilizatoria de las pulgas), un reino nostálgico de cuya existencia llega a dudar un atónito narrador (“Aquella profusión de ramas y hojas (…) quizá existía solamente para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho sobre la nada”).

Pero es la aparición triunfal del amor la que eleva la pluma de Italo Calvino hasta alturas insospechadas y donde ésta nos conquista definitivamente. La ley de vida quiere que el “barón en celo” pase primero su época mujeriega y donjuanesca; le vemos entonces camelando a mil y una doncellas desde las ventanas, cual amante furtivo y fugaz (¿qué es ese ruido? “Es el barón que busca hembra. Esperemos que la encuentre y nos deje dormir”), y hasta se habla de hijos bastardos que empiezan a llenar sospechosamente tan decente pueblo. Pero el casanova de los árboles suspira: “¿De qué sirve haber arriesgado la vida, cuando de la vida aún no conoces el sabor?”.

El encuentro con la amada, cuyo nombre no podemos desvelar, y sobre todo el reencuentro cantado por Pedro Guerra (gràcies, Lluís), nos reserva una declaración de amor insólitamente expeditiva (antes de empezar la relación, ella le espeta “no voy a permitirte nunca que estés celoso”; pero al fin y al cabo, ¡qué sería el amor sin estas elipsis, sin estos felices sobreentendimientos!). De pronto, los hercúleos trabajos y peripecias del joven se iluminan de sentido: “has vivido en los árboles para aprender a amarme”. Por fin comprende: su aventura agreste era un entrenamiento del corazón.
Si Calvino narra la infancia de Cosimo con ingenuidad dadaísta y juguetona, una hermosa lírica se apodera del relato cuando nuestro joven librepensador descubre el amor, con toda su intensidad y sus ingratos dolores y desgarros. “Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad no se había conocido nunca. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, nunca se había podido reconocer así”. Bello dilema de Cosimo entre el amor platónico y el carnal, cuando se pregunta “si tenerla ahora es no tenerla nunca más” (en el recuerdo), y deliciosamente teatrales las guerras de amor que entablan los donceles, mirándose con ojos llameantes, “con pureza de arcángeles”, discutiendo acaloradamente si el amor es paz o fuego incandescente, si estado de beatitud o bendito padecimiento. Calvino deja maravillosos apuntes sobre la psique femenina, harto poderosa incluso en la ausencia (“era siempre la mujer quien triunfaba, incluso si estaba lejos”), y encuentra una metáfora feliz de los celos en ese temor a los perfumes que no se pueden poseer, “aspirados por muchas narices”.

¿Quién es, al fin, Cosimo? ¿Un héroe, un loco quijotesco, una metáfora del hombre y sus edades? En todo caso no es un imbécil (“la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal, mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida”), es alguien muy convencido que cree firmemente que su huida del mundo es una forma de militancia, como se empeña en dejar claro a quienes le conminan a apearse de los árboles (- ¡Quieres retirarte! - No: resistir). ¿Llegará algún día la hora de bajar? ¿Los héroes deben regresar a Ítaca? Lo dice su hermano con una frase llena de juicio: “Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a una edad en la que desembarca”. Y sin embargo, Cosimo encontrará la manera de seguir rampando más allá de la última página.

17 marzo 2015

El barón rampante

Italo Calvino
El barón rampante (1957)

ironías de la educación
ya habíamos sido advertidos de no deslizamos por la balaustrada de mármol de las escaleras, no por miedo a que nos rompiésemos un brazo o una pierna, que de esto nuestros padres no se preocuparon nunca, y fue la razón - creo yo - de que nunca nos rompiésemos nada; sino porque al crecer y aumentar de peso podíamos echar abajo las estatuas de antepasados (…)

amor cazador por lo vivo
Era ese amor que tiene el cazador por lo que está vivo y no sabe expresarlo más que apuntando con el fusil.

el fardo del vencedor
en el momento desesperado de quien ha vencido por primera vez y ahora sabe el padecimiento que es vencer, y sabe que ya está comprometido a continuar por el camino elegido y no se le permitirá la salida del que fracasa.

el barón rampante y los catalanes
Francés, toscano, provenzal, castellano, los entiendo todos - dijo Gian dei Brughi -. Un poco también el catalán: Bon dia! Bona nit! Está la mar molt alborotada (…) ¿Rondós? ¿Rondós? - dijo el obeso -. ¿Aragonés? ¿Gallego? - No señor. - ¿Catalán? - No señor. Soy de estas tierras.

diálogo padre-hijo
- Buenos días, señor padre. - Buenos días, hijo. - ¿Estáis bien? - De acuerdo con los años y los sinsabores. - Me complace veros animoso.

los árboles inasibles de la muerte
Cósimo también siguió el entierro, pasando de un árbol a otro, pero no consiguió entrar en el cementerio, porque a los cipreses, de fronda tan espesa, no hay modo de trepar.

vida con riesgo pero sin sabor
Pero en toda aquella manía había una insatisfacción más profunda, una carencia; en aquel buscar gente que lo escuchase había una búsqueda distinta. Cósimo no conocía todavía el amor, y toda experiencia, sin ésa, ¿qué es? ¿De qué sirve haber arriesgado la vida, cuando de la vida aún no conoces el sabor?

los pájaros
En primavera el mundo sobre los árboles era un mundo nupcial.

los anfitriones españoles
En esta especie de salones arbóreos, Cósimo era recibido con hospitalaria gravedad.

la Iglesia y otros brazos
¡Alto ahí, padre! ¿Qué es esto? - ¡El brazo de la Santa Inquisición, hijo! Ahora le toca a este desdichado viejo, para que confiese la herejía y escupa al demonio. ¡Después te tocará a ti! Cósimo sacó la espada y cortó las cuerdas. - ¡Cuidado, padre! ¡Hay también otros brazos, que observan la razón y la justicia!

¿retirarse? no, resistir
¡Yo subí aquí antes que vosotros, señores, y me quedaré también después! - ¡Quieres retirarte! - gritó el conde. - No: resistir - respondió el barón.

el rastro de la amada española
La calle se despejó. Solo, sobre los árboles de Olivabassa se quedó mi hermano. Prendidos en las ramas había aún alguna pluma, alguna cinta o encaje que se agitaba al viento, y un guante, un parasol con puntillas, un abanico, una bota con espuela.

las fantasías del “hombre trepador”
Otra, una tal Zobeida, me contó que había soñado con «el hombre trepador» (lo llamaba así), y este sueño era tan inspirado y minucioso que creo que lo había vivido realmente. (…) Ombrosa se llenó de bastardos del barón, fueran verdaderos o falsos. (…) me sorprendió en todo este viaje la fama que se había difundido del hombre rampante de Ombrosa, hasta en las naciones extranjeras. Incluso vi en un almanaque una figura con el escrito debajo: «L'homme sauvage d'Ombreuse (Rép. Génoise). Vit seulement sur les arbres.» Lo habían representado como un ser todo recubierto de vello, con una larga barba y una larga cola, y comía una langosta. Esta figura estaba en el capítulo de los monstruos, entre el Hermafrodita y la Sirena.

la época de celo del barón
[los vecinos] - Es el barón que busca hembra. Esperemos que la encuentre y nos deje dormir. (…) Ahora una más atrevida se asomaba a la ventana como para ver qué ocurría, todavía caliente de la cama, el pecho descubierto, los cabellos sueltos, la risa blanca entre los fuertes labios abiertos, y se desarrollaban estos diálogos. - ¿Quién es? ¿Un gato? - Es hombre, es hombre. - ¿Un hombre que maúlla? - Ah, suspiro. - ¿Por qué? ¿Qué te falta? - Me falta lo que tienes tú. - ¿El qué? - Ven aquí y te lo digo...

la “república arbórea”
Convaleciente, inmóvil en el nogal, profundizaba en sus estudios más serios. Comenzó en esa época a escribir un Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado sobre los árboles, en el que describía la imaginaria República de Arbórea, habitada por hombres justos.

dando lecciones a Voltaire
Mi hermano sostiene - respondí -, que quien quiere mirar bien la tierra debe mantenerse a la distancia necesaria - y Voltaire apreció mucho la respuesta.

tenerla ahora es no tenerla nunca más
Y el agitado latido de gozo en el pecho de Cósimo no era, sin embargo, muy distinto de un estremecimiento de miedo, porque el haber regresado ella, el tenerla ante los ojos tan imprevisible y altiva, podía significar no tenerla nunca más, ni siquiera en el recuerdo, ni siquiera en ese secreto perfume de hojas y color de la luz a través del verde, podía significar que él se vería obligado a rehuirla y de este modo huir también del primer recuerdo de ella niña.

coqueta, viuda y duquesa
Cósimo estaba allí medio aturdido bajo aquel alud de noticias y afirmaciones perentorias, y Viola estaba más lejos que nunca: coqueta, viuda y duquesa, formaba parte de un mundo inalcanzable

expeditiva declaración de amor
¿Y con quién era que coqueteabas tanto? Y ella: - ¡Vaya! Estás celoso. Mira que no voy a permitirte nunca que estés celoso. Cósimo tuvo un arrebato de celoso incitado a pelear, pero luego enseguida pensó: «¿Cómo? ¿Celoso? Pero ¿por qué admite que yo pueda estar celoso de ella? ¿Por qué dice: «no voy a permitirte nunca»? Es como decir que piensa que nosotros...»

has vivido en los árboles para aprender a amarme
Oh, he hecho tantas cosas - empezó a decir él -, he ido de caza, incluso jabalíes, pero sobre todo zorros, liebres, garduñas, y también, se entiende, tordos y mirlos; luego los piratas, vinieron los piratas turcos, hubo una gran batalla, mi tío murió; y he leído muchos libros, para mí y para un amigo mío, un bandido que ahorcaron; y tengo toda la Enciclopedia de Diderot e incluso le escribí y me contestó, desde París; y he hecho muchos trabajos, he podado, he salvado un bosque de los incendios... -...¿Y me amarás siempre, absolutamente, por encima de todo, y harías cualquier cosa por mí? Ante esta salida de ella, Cósimo, pasmado, dijo: - Sí... - Eres un hombre que ha vivido en los árboles sólo por mí, para aprender a amarme... - Sí... Sí... - Bésame.

el amor, conocerse y reconocerse
Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad no se había conocido nunca. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, nunca se había podido reconocer así.

las guerras del amor
En cierto momento, a doña Viola, la ira, tan imprevisiblemente como le había entrado, se le iba. De entre todas las locuras de Cósimo que parecía que no la hubiesen ni rozado, repentinamente una la inflamaba de piedad y amor. - ¡No, Cósimo, querido, espérame! (…) El amor se reanudaba con una furia similar a la de la pelea. Era, en realidad, la misma cosa, pero Cósimo no entendía nada. - ¿Por qué me haces sufrir? - Porque te amo. Ahora era él quien se enfadaba. - ¡No, no me amas! Quien ama quiere la felicidad, no el dolor. - Quien ama quiere sólo el amor, aun a costa del dolor. (…) Sí, para ver si me amas. La filosofía del barón se negaba a ir más allá. - El dolor es un estado negativo del alma. - El amor lo es todo. - Contra el dolor ha de lucharse siempre, - El amor no se niega a nada. - Hay cosas que no admitiré nunca. - Sí que las admites, porque me amas y sufres (…) Entre las ramas, Viola se encontró frente a Cósimo. Se miraban con ojos llameantes, y esta ira les daba una especie de pureza, como arcángeles.

el triunfo de la mujer ausente
de la presencia de Viola, de volver a dominar las pasiones y los placeres en una sabia economía del alma, más sentía el vacío dejado por ella o la fiebre de esperarla. En suma, su enamoramiento era justamente como Viola lo quería, no como él pretendía que fuese; era siempre la mujer quien triunfaba, incluso si estaba lejos, y Cósimo, a pesar suyo, terminaba por disfrutar con ello.

el perfume aspirado por muchas narices
En París, en un salón, me encontré a una dama que te conoce, y me dio esto para ti, con sus recuerdos. Bajó a toda prisa el cestito que colgaba de la cuerda, subió el pañuelo de seda y se lo llevó a la cara como para aspirar su perfume. - Ah, ¿la has visto? ¿Y cómo estaba? Dime, ¿cómo estaba? - Muy bella y brillante - respondí lentamente -, pero se dice que este perfume es aspirado por muchas narices... - Todo mentiras. Yo sólo sé que sólo es mía - y escapó por las ramas sin despedirse. Reconocí su forma habitual de rechazar cualquier cosa que le obligase a salir de su mundo.

la fauna y las letras
a veces las ardillas cogían una letra del alfabeto y se la llevaban a su madriguera creyendo que era comestible, como sucedió con la letra Q, que por su forma redonda y pedunculada tomaron por un fruto, y Cósimo tuvo que comenzar ciertos artículos Cuien y Cuienquiera.

diferencia entre loco e imbécil
yo tenía la impresión de que en esa época mi hermano no sólo había enloquecido del todo, sino que se estaba volviendo algo imbécil, cosa más grave y dolorosa, porque la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal, mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida.

lo soldados mimetizados con el bosque
La amabilidad hacia la naturaleza del teniente Agrippa Papillon hacía hundirse a aquel puñado de valientes en una amalgama animal y vegetal. (…) el prurito de las pulgas volvió a encender agudamente en los húsares la humana y civil necesidad de rascarse, de hurgarse, de despiojarse; tiraban al aire las prendas musgosas, las mochilas y los fardos recubiertos de hongos y telas de araña, se lavaban, se afeitaban, se peinaban, en fin, volvían a tomar conciencia de su humanidad individual, y volvía a ganarles el sentido de la civilización, de la liberación de la naturaleza bruta.

cósimo y napoleón, cara a cara
Napoleón fue a Milán a hacerse coronar y luego realizó algún viaje por Italia. En cada ciudad lo acogían con grandes fiestas y lo llevaban a ver las rarezas y los monumentos. En Ombrosa pusieron en el programa una visita al «patriota de lo alto de los árboles» (…) Napoleón miraba entre las ramas hacia Cósimo y le daba el sol en los ojos. (…) - ¿Puedo hacer algo por vos, mon Empereur? - Sí, sí - dijo Napoleón -, poneos un poco más acá, os lo ruego, para protegerme del sol, sí, así, quieto...

cósimo y los borrachos
Dinos, pájaro parlante, explícanos dónde hay una cantina por aquí cerca. - ¡Hemos vaciado los toneles de media Europa, pero la sed no se nos pasa! - Es porque estamos acribillados por las balas, y el vino se escapa.

el galope que se lleva el nombre
Le barón Cosme de Rondeau - le gritó Cósimo, y él ya había partido -. Proshaite, gospodin... Et le votre? - Je suis le Prince Andrei... - y el galope del caballo se llevó consigo el apellido.

la hora de bajar del árbol
Subí yo por la escalera. «Cósimo - empecé a decirle -, tienes sesenta y cinco años cumplidos, ¿cómo puedes continuar estando ahí arriba? A estas alturas lo que querías decir lo has dicho, lo hemos entendido, ha sido una gran fuerza de ánimo la tuya, lo has conseguido, ahora puedes bajar. Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a una edad en la que desembarca.»

epitafio
«Cósimo Piovasco de Rondó - Vivió en los árboles - Amó siempre la tierra - Subió al cielo.»

el mundo que no fue
Ombrosa ya no existe. Mirando el cielo despejado me pregunto si en verdad ha existido. Aquella profusión de ramas y hojas, bifurcaciones, lóbulos, penachos, diminuta y sin fin, y el cielo sólo en relumbrones irregulares y recortados, quizá existía solamente para que pasase mi hermano con su ligero paso de chamarón, era un bordado hecho sobre la nada que se asemeja a este hilo de tinta tal como lo he dejado correr por páginas y páginas, atestado de tachaduras, de remisiones, de borrones nerviosos, de manchas, de lagunas, que a ratos se desgrana en gruesas uvas claras, a ratos se espesa en signos minúsculos como semillas puntiformes, ora se retuerce sobre sí mismo, ora se bifurca, ora enlaza grumos de frases con contornos de hojas o de nubes, y luego se atasca, y luego vuelve a enroscarse, y corre y corre y se devana y envuelve un último racimo insensato de palabras, ideas, sueños, y se acaba.


10 marzo 2015

“Hi haurà lectors el dia que la gent llegeixi llibres i després els llenci”


Hi ha un excessiu respecte a l'objecte-llibre? Prioritzem tenir llibres a llegir-los? Ens convindria una sana mentalitat d'usar i llençar? Provocadores i interessants reflexions d’un llibreter.


Guillem Terribas
Entrevista d’Oriol Soler a Verbàlia.com Llegir sencera

[Els llibres de butxaca] Aquí no funcionen tan bé com a França, Alemanya o Anglaterra. Aquí llegir encara és un luxe, ens agraden els llibres de tapa dura, el llibre de butxaca no ens agrada. L’important no és com està fet! El dia que la gent llegeixi llibres de butxaca i després els llenci, aleshores hi haurà lectors, mentre tu compris un llibre i te’l guardis a casa com si fos un tresor, no hi haurà lectors. Un llibre el llegeixes i el deixes, ja està, igual sí que vols conservar-ne alguns, però no tots. De vegades jo agafo llibres de la llibreria, els llegeixo i els torno a deixar a l’estanteria. Si m’interessa molt el compro, però si no res.

Però a casa tens una biblioteca suposo.

Sí, però és més de llibres signats que de llibres en si. Però el dia que no sigui considerat un tresor hi haurà lectors. Els llibres de butxaca seran els que marcaran la diferència en aquest aspecte. I són més barats, no cal esperar a rebaixes. La gent diu que la lectura és cara, però és car allò que no ens agrada. Per mi l’entrada del futbol és cara, però un llibre no. Per mi anar a veure Bruce Springsteen, que val 90 euros, no és car, gens. Si una cosa t’agrada no és cara. El cinema val 7 o 8 euros, igual que un gintònic. Doncs aquí està el tema de que les coses que t’agraden et semblen barates, i les que t’agraden menys són més cares. 


05 marzo 2015

'Still Alice': olvidable película sobre el olvido

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 4

Alice era una profesora de psicología cognitiva y ahora tiene alzheimer. Pero aún es ella. Lo recalca el título (Still Alice), un título conciso, cargado de significado, aunque aquí se haya convertido en ‘Siempre Alice’, por mor de las traducciones traicioneras. Nótese que el matiz es importante. El título original habla de una identidad en lucha, agónica en el sentido griego, aquí y ahora. El segundo es un epitafio naif que valdría para cualquier vida y cualquier contexto. La película se mueve en el impasse dramático de la enfermedad: siendo aún Alice, no sabe si siempre lo será. Tarjeta roja para el traductor.

Pero no nos perdamos en cuestiones lingüísticas… o quizá sí, porque eso es lo que hace el personaje de Julianne Moore: perderse en plena disertación lingüística en la universidad y caer en un vacío que presagia olvidos mayores. Más tarde la veremos desorientada en medio en la ciudad, con un uso inteligente de la profundidad de campo (todo su entorno está borroso) para evocar su extravío mental. La de Carolina del Norte, que lo mismo hace unos Juegos del Hambre o una obra de arte y ensayo, se deja la piel en una interpretación muy aplaudida que le ha valido el Oscar. Sin embargo, tristemente, ni siquiera su buen trabajo merece el visionado de un producto discreto, discretísimo, por no decir mediocre.

Si aun así se deciden a explorarla, comprenderán que la madura pelirroja se haya llevado todos los loores, aunque por aquí aconsejamos no menospreciar a Kristen Stewart, encargada de interpretar a su díscola hija menor. Emancipada de sus amantes lobunos, la ex crepúscula se desenvuelve la mar de bien en el papel de esa aspirante a artista de teatro, rebelde y retraída pero de buen corazón. Nada que ver con su hermana mayor, tan perfecta como insoportable, ni con su padre (Alec Baldwin), prototipo de las debilidades masculinas cuando van mal dadas.

La historia podría haber dado mucho más de sí, pero los directores se conforman con una sucesión chata y previsible de escenas supuestamente emotivas, sin olvidar, como Hollywood obliga, el imprescindible discurso ampuloso ante el público, plagado de frases sonoras de autoayuda. Qué pena que el cáncer de la mente, la odiosa enfermedad de nombre alemán, aún no tenga una película inolvidable.

‘STILL ALICE’, DE RICHARD GLATZER Y WASH WESTMORELAND
MÁS INFORMACIÓN Y CRÍTICAS DE LA PELÍCULA EN FILM AFFINITY

02 marzo 2015

'Kingsman': 007 dos punto cero

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5

“Las películas de espías se han vuelto demasiado serias”. Lo dice Samuel L. Jackson, villano histriónico de la función, y tiene razón: un tono sombrío y existencial envuelve de un tiempo a esta parte las sucesivas aventuras de James Bond y todos sus vástagos, aunque sean tan buenas y electrizantes como las que protagoniza el agente Bourne. Así que se trata de recuperar aquellas cosas tan inverosímiles pero tan divertidas que ocurrían en el cine de antaño.

Hubo un tiempo en que los espías se lo pasaban pipa sin preguntarse de dónde venían y adónde iban, y se batían el cobre contra malos malísimos de sonrisa mefistofélica y extraños cuerpos protésicos. Bond hacía saltos imposibles, tenía más vidas que un gato y su situación siempre se podía calificar de grave pero nunca de seria. Todavía no buscábamos perspicaces lecturas de sus episodios en clave de Guerra Fría, etnocentrismo británico o donjuanismo impresentable. Era sólo una gozosa manera de pasar el tiempo: un cómic.

Precisamente, Mathew Vaughn se basa en una novela gráfica para recordarnos lo irreal y divertido que subyace en este género de pistolas, gadgets y jets privados, más aún cuando toda esta subcultura visual del siglo XX se encuentra con las posibilidades libérrimas que le brinda la tecnología digital. La genial y no suficientemente valorada 'Los increíbles' de Pixar ya demostró que se pueden hacer homenajes a 007 repletos de humor posmoderno sin caer en la astracanada de Mike Myers.

Al igual que 'Los increíbles', 'Kingsman' mezcla con habilidad el cine de espías con el mundo de los superhéroes, luminosa banda sonora incluída. La historia del veterano agente Galahad (Colin Firth, el eterno inglés), encargado de adiestrar a un joven de barrio (resultón Taron Egerton, dicen que apunta maneras) tiene todos los ingredientes para entretener y no teme pisar callos, por ejemplo presentando a su villano como un ecologista radical (!) dispuesto a atajar el cambio climático, digamos, a su manera. Hay mala baba para todo el mundo: iglesias, emprendedores tecnológicos, gobiernos europeos, plutócratas que se quieren salvar de la crisis como los animales del arca de Noé, incluso una Margaret Thatcher a quien se recuerda con un bonito dardo post mórtem.

Apenas un plano final, demasiado chusco, le sobra a este festín permanente de endorfinas cinematográficas, cerebro y diversión operando al alimón (y Mark Strong, y Michael Caine...). Con algunas escenas tan potentes como la inundación en el cuarto de los aprendices de espía, con mucho disfrute aunque todo no esté muy bien atado y con una agradable sorna tarantinesca aderezando sus dos horas ligeras. Hay efectos especiales desternillantes que recuerdan a 'Mars Attacks!', hay paraguas-proyectiles, gente trepando por las paredes, peleas filmadas como un cómic viviente y todas las virguerías que queráis. Entre el homenaje y la parodia, 'Kingsman' demuestra que se toma muy en serio sus materiales y consigue algo muy díficil: ser al mismo tiempo joven y adulta, chispeantemente moderna y a la vez sincera deudora de los referentes clásicos. Con un poco de suerte ha nacido una saga que nos hará disfrutar como enanos. Venga, no lo estropeéis.

‘KINGSMAN’, DE MATTHEW VAUGHN
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