18 enero 2015

'Babadook': mi mal es tuyo

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8

¿Y si mamá quedara apresada en los cuentos del hijo? ¿Y si ambos convirtieran el duelo común por el padre ausente en un aterrador monstruo doméstico? ¿Y si madre e hijo estuvieran salvajemente interpretados por dos actores en estado de gracia como Essie Davies y el increíble Noah Wiseman? Si todo esto fuera cierto estaríamos hablando, con un tembleque en la voz, de Babadook. Dook-dook-dooook.

La australiana Jenniker Kent debuta por todo lo alto con este drama de terror, formidablemente dirigido y montado, cuyo espantajo y señuelo terrorífico, ese Babadook con garras y sombrero de copa, es un homenaje casi entrañable al cine mudo expresionista. Un icono que hunde sus raíces en la imaginería cinematográfica de los albores del siglo XX y que apunta a personaje de culto de principios del XXI.

Visualmente sobresaliente, Babadook tiene padrinos tan notables como 'El resplandor' o ‘El exorcista’, con quien comparte estructura y no pocos guiños, aunque aquí no importa tanto el escalofrío sobrenatural como las referencias a los demonios de la mente (en esto se parece a la también brillante 'El cisne negro'). Igual que en el clásico de William Friedkin de 1973, la primera parte es un estudio austero y turbador sobre el carácter extraño de un niño, aquí un desquiciado Samuel todo boca y ojos, que también recuerda lo suyo al pequeño Damien de ‘La profecía’, mientras la segunda parte del díptico contiene la explosión de estos demonios incubados o reprimidos.

Kent entrega una obra artísticamente de diez, jugando con el sonido y los planos de un modo admirablemente riguroso y preciso, incluso cuando aparentemente se desmelena y se echa en brazos de la pesadilla más irracional. La iconografía del cine mudo y de los cuentos infantiles son las dos fuentes de inspiración de este relato tan particular, con un sello novedoso y personal a pesar de que pague muchos peajes del género (el esquema madre-hijo, la casa encantada y el sótano, la aparición del libro algo forzada, el armario y los monstruos, las cucarachas, las bombillas parpadeantes, etc) que podrían hacerla pasar como una pariente más de ‘El orfanato’ o ‘Insidious’.

Bajo el aspecto de una cinta estándar de terror, estamos en realidad ante un drama de gran enjundia, que nos plantea el modo en que las personas traumatizadas pueden gestionar y transferirse de unas a otras el dolor no superado. El Mal es mutante y pertinaz cuando no se le ha combatido. 'Babadook' se presenta, en este sentido, como una especie de anatomía o epidemiología del trauma, virus renuente que puede inocularse de madre a hijo, y luego de hijo a madre, e incluso ser expulsado a las mazmorras en forma de monstruo o fantasma, pero nunca ser extirpado. Jennifer Kent describe magistralmente cómo las relaciones familiares derivan a veces en una lucha con arpones y flechas, y cómo el exorcismo mutuo, aunque la afirmación suene escandalosa y desde luego poco de autoayuda, puede ser una forma de amor.

‘THE BABADOOK, DE JENNIFER KENT
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