31 enero 2012

'Pequeñas mentiras sin importancia' (2010): fresco veraniego con claroscuros

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Se nota que los franceses inventaron el realismo. Desde entonces, el grueso de sus creaciones artísticas está atravesado por ese halo de verosimilitud, henchido de la paciencia y las dotes de observación de quien saca el caballete y se pone a pintar al aire libre (bueno, ellos dicen plein air, pero ya está bien de hacerles la pelota).

Sirva este preámbulo para saludar el nuevo y palpitante pedazo de realidad extraído en las minas del cine galo, que si, por poner un ejemplo, ya retrató con soberbia agudeza a los adolescentes de un aula de secundaria (‘La clase’ / Entre les murs) esta vez se luce con una notable disección de los que ya tienen treinta y muchos y navegan de modo cimbreante entre el placer y el compromiso.

Filmada con tiento y frescura, la película ha sido traducida al castellano como ‘Pequeñas mentiras sin importancia’, disipando inevitablemente esa metáfora de los petits mouchoirs, pequeños pañuelos que se ponen encima de las cosas para fingir infantilmente que no existen. Nada que no hagan a diario los adultos, tanto más cuando el ambiente vacacional relaja los vasos sanguíneos e invita a limar asperezas y a gozar por decreto (cuántas neurosis no habrá provocado la felicidad obligatoria de veranos y fines de semana).

Una fenomenal escena de madrugada en las calles de París, siguiendo el final de juerga de Ludo (Jean Dujardin) da el punto de arranque a la friolera de dos horas y media de metraje, seguramente recortables, pero más que eficaces para introducirnos en la dramedia coral de este grupo de amigos, que emprende unas vacaciones en la playa con más de un muerto en el armario. Léase inesperadas tensiones sexuales (genial vodevil entre François Cluzet y Benoît Magimel); abandono poco limpio de un amigo convalesciente (todo un puñetazo en el ojo, ese rostro destrozado); o vidas sentimentales que agotan la batería de los móviles y dejan perplejo a un sobresaliente Gilles Lellouche (convertido en trovador barriobajero en los concurridos balcones de la ciudad de las luces).

Quizá todo este surfeo de risas y amarguras termina demasiado abruptamente, como si el director Guillaume Canet sintiera la necesidad de dar una respuesta moral a tantos cabos sueltos, con una lamentación colectiva por la fugacidad de las cosas. Lo cantaba Amaral: “no quedan días de verano para pedirte perdón”.

27 enero 2012

‘El monje’: el diablo acecha en Santes Creus


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Tiene su gracia que los primeros personajes de la literatura gótica europea hayan recalado en Aiguamúrcia (Alt Camp), pequeño remanso del sur de Catalunya donde se alza el monasterio de Santes Creus. El bello y fotogénico cenobio cisterciense es el telón de fondo escogido para revivir cinematográficamente la neurótica España de la Inquisición, almenos tal como la imaginó un romántico inglés a fecha de 1796, cuando ya rodaban cabezas más allá del canal de la Mancha.

Lo cierto es que el laureado Matthew Gregory Lewis puede estar bien tranquilo desde su tumba: el director Dominik Moll, al frente de esta coproducción francoespañola, nos ha ahorrado pirotecnias autorales para filmar sencillamente una obra de intriga de aires medievales, con todo el clasicismo y la parsimonia de aquellas novelas que ciertos jóvenes ochocentistas debían de leer en los cementerios a la luz de la luna mientras planeaban algún suicidio creativo antes del amanecer.

El inmenso Vincent Cassel se apodera con mucho de la función, metiéndose en los hábitos trémulos del monje Ambrosio, ese hombre de Dios que sufre las tentaciones de la carne desde su confinamiento capuchino. La sola cara del actor francés, que ya nos turbó en ‘Cisne negro’ o ‘Promesas del este’, debería ser esculpida al lado de la Torre Eiffel: parafraseando al Rey Sol, puede y debe decirse que la película es él. Si bien es cierto que le acompañan presencias no menos inquietantes, como el hombre de la máscara, misterioso visitante que pide asilo en el monasterio y que nos deja algunos de los mejores planos, oníricos y hermosamente siniestros: ahí está atisbando  por la ventana, identificándose fortuitamente con una escultura sin rostro o reuniéndose con el monje en un claustro convertido en nuevo Edén del pecado y la confusión de los sentidos. Luego, la identidad del viajante enmascarado nos brindará una de las vueltas de tuerca sin duda más sugestivas de la película.

Tan esquemática y académica como oscura y absorbente, magnetizada por su atormentado protagonista, ‘El monje’ nos conduce por la pendiente del envilecimiento, hasta llegar al poderoso clímax en el que el ángel ha mudado inexorablemente en demonio mientras sus compañeros desfilan en procesión por las barrocas escaleras de la catedral de Girona (otro escenario catalán con aptitudes hoollywoodienses). Vale la pena, en fin, reecontrarse con el viejo gozo de una producción bien manufacturada, con pocas ganas de revolucionar el séptimo arte más allá de sus hechuras tersas y profesionales. Y ver a Geraldine Chaplin como killer superiora tampoco tiene precio.


24 enero 2012

‘Los descendientes’: drama en bañador


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6,5
¿El Oscar para George Clooney? No, por favor. En serio, no es nada personal. No vamos aquí a poner en tela de juicio las innegables virtudes actorales del Homo Nespresso. Pero algunos somos incapaces de ver ese presunto genio dramático que se oculta tras las perfectas hechuras del sucesor de Cary Grant. Sé que muchos me pueden correr a gorrazos por lo que voy a decir, pero Clooney es a la interpretación lo que el Ken de Mattel a la industria del juguete: seductor, eficaz y pagado de sí mismo, pero vacío de carisma. Insuperable plástico brillante.

Concluído este desahogo, ahora ya sin filias ni fobias de por medio, podemos y debemos constatar que ‘Los descendientes’ es un drama cálido y honesto. La historia de un terrateniente hawaiano (Clooney) que intenta rehacer su vida tras un terrible suceso familiar está hilvanada con con muchas costuras tópicas, pero con pocas trampas. Por decirlo así, nos dejamos embaucar a placer y con naturalidad por los aires polinesios de un relato trágico que tiene el sano descaro de presentarse en bañador y camisas floreadas. La banda sonora, con sus melifluos ukeleles, vive James Cook que nos ayuda.

Al fin y al cabo, nuestras derrotas cotidianas raramente se visten de traje, más bien tienen esa banalidad veraniega de la reunión de propietarios de ‘Los descendientes’, donde los socios, perfectas encarnaciones del capitalismo en bambas y de la filosofía casual day, deben decidir el destino de la última tierra virgen que poseen en la isla. Qué hacer con nuestro legado ancestral. Cómo responder a lo que nuestros mayores nos confiaron. Qué testigo pasar a nuestros descendientes. De eso habla la película bajo un apacible sol de Hawái que, como el protagonista se ocupa de aclarar, dista mucho de ser el paraíso vendido por los turoperadores.

En su afán desmitificador, el director Alexander Payne nos reserva un giro de guion que convertirá el drama familiar en una suerte de expedición cómica, con una convincente Shailene Woodley como hija adolescente que aparca la rebeldía y acepta ser cómplice de su desesperado progenitor, para más tarde volver todos a la Ítaca del duelo y a la máxima impepinable de que la vida, a pesar de todo, sigue.

20 enero 2012

EL HOMBRE DOLIENTE


Viktor Frankl
El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia


EL MÉDICO NO DEBE FILOSOFAR, SINO OPERAR
“Cuanto más se entregue el médico a su labor, será mejor instrumento de la gracia, más obrará la providencia a través de él”

No debemos preocuparnos del efecto, sino de la intención. La intención es nuestra; el efecto es de Dios. Apenas cabe prever el efecto que su providencia dará a nuestra intención. Cada cual debe cumplir su deber según su leal saber y entender: es lo único que procede. Es un error empeñarse en escrutar la providencia.

Cuando un médico receta u opera, no debe pensar ni en la gracia ni en la providencia, no debe preguntar si es instrumento de la gracia y si está al servicio de la providencia, sino que se ha de concentrar en la receta y en la operación. Cuanto más se entregue a su labor, será mejor instrumento de la gracia, más obrará la providencia a través de él” (1949).

RELIGIÓN Y CONFESIÓN SE NECESITAN
 “La sangre sin venas se derrama; las venas sin sangre se esclerotizan”

El entusiasmo religioso tiende a perderse en lo nebuloso, a diluirse en lo vago, a desvanecerse en lo indefinido (…). La tradición confesional se ve amenazada, a la inversa, por la rigidez y el agotamiento cuando pierde pulso existencial (…): La sangre sin venas se derrama; las venas sin sangre se esclerotizan (1949).

LA ORACIÓN
 “La oración es el único acto que hace presente a Dios como un tú, y no hay que menospreciar que la desgracia enseñe a rezar: las ruinas hacen levantar la mirada al cielo”

¿Quién es capaz de respetar a Dios como un tú? La oración: es el único acto del espíritu humano que puede hacer presente a Dios como un tú. La oración presentiza, concreta y personifica a Dios como un tú. Tal es el aporte de la oración en su sentido más amplio, que no incluye sólo la plegaria sin sonido, sino incluso sin palabras: como hay canciones sin palabras, hay también oraciones sin palabras, y como aquéllas son las más hermosas, éstas pueden ser las más religiosas.

Por lo demás, no hay por qué menospreciar el hecho de que “la desgracia enseñe a rezar” (…). Yo prefiero la religión que se profesa cuando a uno le van mal las cosas (en los Estados Unidos se llama la ‘Fox Hole Religion’) a la religión que sólo se profesa cuando le va bien (yo la llamaría ‘Business Men Religion’). Como ocurre tantas veces, las ruinas hacen levantar la mirada al cielo (1949).

DEFINICIÓN DE POLÍTICA
 “La política ya no es la medicina, sino la psiquiatría a gran escala”

El patólogo alemán Virchow formuló esta frase: “La política no es sino la medicina a gran escala”. El espectáculo político de nuestra época aconseja variar la frase: la política es psiquiatría a gran escala (1949).

LA PERSONA TRAS LA PSIQUE
 “Si la persona no queda intacta en la ruina psicofísica, ¿a quién puede ir dirigido el psiquiatra? ‘No te dejo hasta que llegues a ser tú mismo’”

Si detrás del desarreglo psicótico no estuviera la persona, aunque condenada a la impotencia expresiva e instrumental, si el elemento psicofísico, además de trastornos a la persona, pudiese destruirla, no valdría la pena ser psiquiatra. En efecto, si la persona no queda intacta en la ruina psicofísica, si es ella la afectada por la enfermedad, ¿a quién puede ir dirigida nuestra acción médica? Sólo vale la pena ser psiquiatra mientras podamos serlo, no para el organismo psicofísico, sino para la persona que aguarda a ser liberada, a que nosotros la ayudemos a superar el obstáculo psicofísico (…). Quizá sea éste el santo y seña de toda psicoterapia: “no te dejo hasta que llegues a ser tú mismo” (1949).

CONTRA EL PSICOLOGISMO
 “Para el psicologismo, Bernardette es una histérica, Mahoma un epiléptico y Jesús un paranoico”

El método del psicologismo se caracteriza por una proyección: el psicologismo proyecta todo fenómeno desde el “espacio” espiritual al “plano” de lo psíquico (…): las visiones de una Bernardette no difieren ya de las alucinaciones de una apacible histérica, y tanto Mahoma como Dostoievski aparecen confundidos con los otros epilépticos (…). Binnet hizo el siguiente diagnóstico de Jesús: “paranoia con crisis hebefrénica juvenil” (1949).


TODOS SOMOS ADOPTIVOS
 “En realidad el padre no es progenitor (Zeuger), sino testigo (Zeuge) de ese milagro siempre nuevo de cada hominización”

Cabe afirmar, en suma, que el niño es «carne de la carne» de sus padres, mas no espíritu de su espíritu. Es hijo «corporal» en el sentido más propio del término: el sentido fisiológico; en sentido metafísico, todo niño es hijo adoptivo. Lo adoptamos en el mundo, en el ser. En rigor, el padre de un niño no ha engendrado al niño, no es su «progenitor» (Zeuger); en realidad es sólo esto: testigo (Zeuge), testigo de ese milagro siempre nuevo que es en definitiva cada hominización. En realidad no engendramos a un ser humano; sólo damos testimonio de ese milagro; la existencia personal, como espiritual que es, no se puede engendrar, sino sólo posibilitar. Ella debe realizarse a sí misma en la autorrealización espiritual. (1949)

EL RÍO DE LA VIDA
 “Se habla del río del tiempo, pero sólo se considera la erosión y se olvida la sedimentación; lo acontecido corre hacia la historia

(…) problema de la caducidad: el tiempo pasa, el tiempo fluye, se dice. Se habla también metafóricamente del «río del tiempo» y entonces imaginamos que el tiempo corre desde el futuro, atravesando el presente, hacia el pasado. Pero la mayoría de las personas sufren aquí dos ilusiones: Primero, sólo se suele considerar que ese «río» se excava su propio lecho y, a la postre, cava nuestra tumba; se ve sólo ese modo de fluencia que los geólogos llaman erosión. Es corriente hablar del «diente roedor del tiempo». Y se olvida que el río del tiempo no sólo erosiona, sino que también acumula; lo acontecido y lo creado siguen enriqueciéndose en el pasado; en él se sedimenta lo que fue; en el seno del pasado, lo que fue hunde sus raíces en el suelo y allí perdura. El tiempo pasa, pero lo acontecido corre hacia la historia. Nada de lo que fue puede dejar de haber sido, nada de lo creado o producido se puede erradicar del mundo. Nada se ha perdido irremediablemente en el pasado: todo está guardado imperecederamente en él. Para decirlo de nuevo en terminología geológica: vivimos en un perpetuo aluvión. (1949)

FÍSICA Y MILAGRO
 “No es probable que hoy caiga una teja sobre mi cabeza; sólo un neurótico cuenta con ello; pues bien, también es posible, aunque mucho menos probable, que una teja se eleve verticalmente; ni siquiera un neurótico lo tiene en cuenta, pero el físico moderno sí lo considera”

¿Hasta qué punto es verdad que el milagro requiere ciertos supuestos naturales? ¿No ocurre a la inversa: que el milagro empieza justamente cuando no presupone la naturaleza, sino que ésta queda descartada? No; la física moderna ha enseñado que todo es posible en principio: en esta nueva perspectiva, la ley de causalidad sólo vale en grandes cantidades, sólo es válida «a bulto». Entendámoslo correctamente: todo es posible, pero no todo es probable. También lo improbable está «dentro del orden» y en modo alguno se contradice con las leyes naturales. Sin duda, no es probable que hoy, después de abandonar el aula y de regreso a casa, caiga una teja sobre mi cabeza; sólo un neurótico de angustia cuenta con esta improbabilidad; pero en principio la contingencia es posible. Pues bien, también es posible en teoría, aunque mucho menos probable, que una teja, en lugar de caer, se eleve verticalmente. Esto es tan improbable que ni siquiera un neurótico de angustia lo tiene en cuenta; pero el físico moderno sí lo considera. (1949)


LOS MALES FILOSÓFICOS
 “Al médico se le plantean hoy cuestiones filosóficas, porque si no, difiere del veterinario en una sola cosa: la clientela”

Al médico se le plantean hoy algunas cuestiones que no son de naturaleza médica, sino filosófica, y para las que apenas está preparado. Los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del sentido de su vida o desesperan de poder encontrarlo. Habría que seguir el consejo kantiano de aplicar la filosofía como una medicina. Si esa medicina causa repugnancia, cabe sospechar que es por el miedo a afrontar el propio vacío existencial. Es obvio que se puede ser médico sin apuntarse a tales ideas; pero en ese caso habría que recordar lo que dijo Paul Dubois en una circunstancia análoga: el médico difiere entonces del veterinario en una sola cosa: en la clientela. (1971)

EL PSICOANÁLISIS, COMO LA MITOLOGÍA INDIA
 “Freud despersonaliza al hombre y mitologiza a sus partes: el ello, el yo y el superyó parecen implicados en extraños fraudes y alianzas”

(…) somete la unidad y la totalidad del hombre a una despersonalización, al tiempo que se hipostasian las partes de ese todo e incluso se mitologizan. Por eso J.H. Masserman declara que la mitología psicodinámica no le va en zaga en fantasía a la mitología india: «Después de presentar estas figuras dramáticas, Freud abordó en sus primeros escritos el ello, el yo y el super yo como si estuvieran implicados en extraños fraudes, en alianzas subversivas, en desesperadas resistencias y en pírricas victorias, combates de una viveza y fantasía como sólo cabe encontrar en la mitología india, en la leyenda homérica o en la saga nórdica. (1960)

EL CALEIDOSCOPISMO
 “A través del caleidoscopio se ve siempre lo mismo, contrariamente al prismático; el hombre se limita a diseñar su mundo y se ve sólo a sí mismo”

¿En qué consiste la esencia de la caleidoscopia? A través del caleidoscopio se ve siempre lo mismo, contrariamente al prismático o al telescopio, que nos permite contemplar piezas teatrales o astros. El conocimiento humano se interpreta según el modelo del caleidoscopio cuando el hombre, en el marco de la imagen que el caleidoscopismo se hace de su conocimiento, aparece como alguien que se limita a «diseñar» su «mundo», es decir, como alguien que en todos sus «diseños de mundo» se expresa siempre a sí mismo, y a través de ese «mundo» se ve sólo a sí mismo, al diseñador (…).

¿No es cierto que sólo aquello que es transparente permite ver algo más que su propia realidad? Sólo en la medida en que yo me retraigo, en la medida en que niego mi propio ser, se me hace visible algo que es más que yo mismo. Esa autonegación es el precio que debo pagar por el conocimiento del mundo, el precio que me permite alcanzar el conocimiento del ser, un conocimiento que será algo más que la expresión de mi propio ser. En suma: yo debo pasarme por alto a mí mismo. (1960)

¿HUMILLACIÓN COPERNICANA?
 “La dignidad humana no se resiente lo más mínimo por el hecho de que el hombre no sea el centro del universo, como tampoco la obra de Freud desmerece por el hecho de que el autor no viviera en el centro de Viena sino en su distrito 9”

Una de las afirmaciones de Freud más citadas es la de que el «narcisismo» de la humanidad ha sufrido en tres ocasiones un rudo golpe: la primera vez con la doctrina de Copérnico, la segunda con la teoría de Darwin y la tercera con la doctrina del propio Freud. Quizás esto sea válido por lo que hace al tercero de estos golpes, pero no se comprende muy bien por qué el conocimiento de la ubicación y el origen de la humanidad había de producir un traumatismo; la dignidad de la humanidad no se resiente lo más mínimo por el hecho de que el hombre habite la Tierra, planeta del sistema solar, y no sea el punto central del universo; esto no atenta en absoluto contra la dignidad de la humanidad, como tampoco la obra de Freud desmerece por el hecho de que su autor no pasara la mayor parte de su vida en el centro de Viena, sino en su distrito 9; es evidente que la dignidad de un ser humano o de la humanidad reside en un plano diferente a la localización espacial. Se trata, en suma, de una confusión de diversas dimensiones del ser, de un olvido de las diferencias ontológicas. (1961)

EL DEPORTE COMO ASCÉTICA
 “El deporte no es la catarsis moderna, sino una ascética secular: el hombre tiende a crear la tensión que la sociedad le niega”

El hombre tiende a crear artificialmente la tensión que la sociedad le niega: se procura él mismo la tensión que necesita. Y lo hace exigiéndose algo a sí mismo: fuerza su rendimiento... incluso el «rendimiento» de la renuncia. Y en medio del bienestar, comienza a privarse de algo libremente: crea de modo artificial y deliberado ciertas situaciones de penuria. Y comienza, en medio de la sociedad de la abundancia, a levantar «islotes de ascética», y aquí veo yo la función del deporte: el deporte no es la catarsis moderna, sino que es la ascética moderna. Incluso cuando el hombre es más bien espectador y hace deporte pasivamente, busca la tensión.

Pero el hombre no se limita a crear una penuria artificial, sino que inventa necesidades artificiales: en una época en la que apenas se ve obligado a andar —se desplaza en coche— y apenas tiene que subir —utiliza el ascensor—, le da por escalar montañas. Para él, para el «mono desnudo», según el título de un bestseller, la necesidad no consiste ya en trepar a los árboles; entonces le da por escalar paredes rocosas.

(…) en el deporte competitivo bien entendido, el hombre rivaliza en definitiva consigo mismo; es su propio concurrente. Y se puede demostrar que sólo cuando adopta esta actitud alcanza el máximo de rendimiento. A la inversa, un exceso de intención (la «hiperintención», como se dice en logoterapia) lleva al agarrotamiento, como un exceso de autoobservación (la «hiperreflexión») lleva a la inhibición (…) cuanto más se ansia la victoria, más se escapa ésta de las manos. Aun en la lucha competitiva, en el deporte de la lucha, la mejor motivación podría ser que uno quiera medirse con otro, pero sin intentar directamente vencerle. Cuanto más atento está el luchador a vencer al otro, más se agarrota, en lugar de estar relajado. (1972)

LA NEUROSIS DEL PARADO
 “Cuando lograba integrar un joven en un empleo útil, la depresión cedía; no es el paro el que lleva a la neurosis, sino la conciencia de falta de sentido”

Mi hipótesis fue que esta depresión se debía a una doble falta de identificación: el parado tiende, en efecto, a argumentar así: «Estoy parado, luego soy inútil, luego mi vida no tiene sentido.» Esta interpretación se vio reforzada por algunas circunstancias: cuando yo lograba integrar a un joven parado en un empleo no remunerado, pero útil a la sociedad (una organización juvenil, una universidad popular, una biblioteca pública), la depresión cedía de modo notable, aunque el estómago siguiera protestando como antes, pues hay que tener en cuenta que en los años treinta el paro significaba aún hambre. Se constató, pues, que no es el paro en sí lo que lleva a la neurosis, sino más bien la conciencia de falta de sentido de la vida, y ésta no se remedia simplemente con la red de seguridad social del Estado: esa red tiene mallas demasiado anchas. El hombre no vive sólo de la ayuda al desempleo. (1984)

EL ALMA Y EL MICROSCOPIO
 "Lo anímico no puede encontrarse mediante el microscopio, pero que es un presupuesto para trabajar con el microscopio”

Se nos puede objetar, en efecto, que no es razonable creer en algo invisible; lo obligado sería más bien no creer en lo que no se puede ver. La verdad es que lo invisible, por el hecho de serlo, no tiene por qué ser irreal. Intentare comentarles esto al hilo de un diálogo que sostuve en cierta ocasión: un joven me preguntó qué hay de la realidad del «alma», siendo ésta totalmente invisible. Yo le confirmé que no era posible ver un alma mediante una disección ni mediante exploración microscópica; pero le pregunté por qué razón iba a exigir esa disección o exploración microscópica. El joven me contestó que por amor a la verdad, por interés científico en la búsqueda de la verdad. Entonces le llevé al terreno que yo quería; sólo necesité preguntarle si el «amor a la verdad», etcétera, era algo anímico y, sobre todo, si él creía que lo anímico y cosas como el «amor a la verdad» podían hacerse visibles por la vía microscópica. El joven comprendió que lo invisible, lo anímico, no puede encontrarse mediante el microscopio, pero que es un presupuesto para trabajar con el microscopio. (1949)

LA PARADOJA DEL CEREBRO
 “El órgano de la sensación del dolor es insensible al dolor”

(…) los órganos internos no son generalmente sensibles al dolor (es impresionante observar, por ejemplo, en la operación del lóbulo parietal del cerebro, que es el lugar cortical de la algesia, cómo este lóbulo es inmune al dolor; es decir que el «órgano de la sensación de dolor» es insensible al dolor). (1949)

AÚN ES SÁBADO
 “En el séptimo día, Dios puso las manos sobre su regazo y desde entonces toca al hombre la responsabilidad de lo que hace de sí mismo”

(…) si el Génesis dice que el hombre fue formado en el sexto día de la creación y que Dios descansó en el séptimo día, podemos afirmar que Dios, en este séptimo día, puso las manos en su regazo y desde entonces toca al hombre la responsabilidad de lo que hace de sí mismo. Dios aguarda y mira cómo el hombre realiza creadoramente las posibilidades recibidas. Aún no están agotadas estas posibilidades. Aún aguarda Dios, aún descansa, aún es sábado: sábado permanente. (1949)

NO EXISTE LA SEDE DEL ALMA
 “La idea de la ‘sede del alma’ parece absurda, igual que nadie pensará que la lámpara es la sede de la luz”

(…) la idea de una «sede del alma» parece absurda. Klages previene en este punto contra una «consideración supersticiosa del cerebro» y afirma con razón que la tarea del investigador «no es la búsqueda de una sede del alma, sino de las condiciones cerebrales para los procesos y fenómenos psíquicos». Y aduce este acertado símil: «Una lámpara eléctrica ilumina la habitación. Alguien quita el fusible y la luz se apaga. Nadie pensará que el lugar del fusible era propiamente la sede de la luz.» Hoff dice algo parecido (1. c, p. 233): «Todos saben que un coche cuya bujía no funciona, no puede marchar. Pero nadie afirmará que la bujía impulsa el coche.» (1949)

EL PIANO, METÁFORA HUMANISTA
 “El hombre se relaciona con su organismo como el músico con el instrumento; ¿quién osará afirmar que el arte del pianista se debe al piano afinado?”

La persona se relaciona con su organismo como el músico con el «instrumento». Una sonata no puede ejecutarse sin piano ni sin pianista (…). Ni el mejor pianista puede tocar bien en un piano desafinado (símil de la enfermedad). Entonces se llama al afinador (intervención del médico) y éste afina el piano (símil del tratamiento). ¿Quién osará afirmar que el arte del pianista se debe al piano afinado? El piano afinado no es capaz ni siquiera de suplir los defectos del mal pianista. (1949)

Viktor Frankl
El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia

18 enero 2012


Porque duerme sola el agua,
amanece helada

 Canción tradicional española

Deseamos el deseo de otros


 La publicidad avalada por famosos no está lejos de la creencia del antropófago que espera adquirir las cualidades del enemigo devorando su corazón

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO EL PAÍS

Madame Bovary somos todos. Nos lo reveló de modo brillante René Girard, cuando afirmaba que los deseos del personaje de Flaubert son los de las heroínas románticas que amueblan su imaginación de aburrida burguesa provinciana. En Mentira romántica y verdad novelesca (1961) argumentaba que nuestro deseo es imitación del deseo de otro, que nadie desea autónomamente, y que sólo los grandes novelistas consiguen deshacer el malentendido, colocando al mediador (es decir al modelo) en el lugar del objeto deseado. Porque, en realidad, nuestro impulso hacia el objeto desenmascara nuestra atracción hacia quien lo posee, con quien queremos identificarnos. El fundamento de toda la publicidad basada en el aval de un famoso es de índole fetichista: en el fondo, no está muy lejos de la creencia que alienta en el antropófago que espera adquirir las cualidades del enemigo devorando su corazón. Deseamos lo que ha deseado (y ya tiene) alguien a quien atribuimos prestigio o autoridad, y a quien queremos parecernos. Por eso Nadal vende calzoncillos de Armani; Clooney, café encapsulado, Kate Moss y Penélope Cruz, fragancias de lujo (…). LEER ARTÍCULO COMPLETO

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO ARTÍCULO ‘EL LIBRO DEL IMPUTADO EN ‘EL PAÍS’, 18/01/2012 
FOTO: IMAGEN DE NESPRESSO 



17 enero 2012

La auténtica ‘dama de hierro’ es Meryl Streep


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5 (para la película) / 10 (para Meryl Streep)
Es sobrehumana. Poco se puede añadir a lo que ya constatan legiones de críticos y espectadores, y esperemos que también el Tío Óscar, si tiene dos dedos de frente en su fría anatomía dorada. Quien escribe esto es poco propenso a la mitomanía, y no tendría un zapato de Marilyn Monroe en el armario ni aunque se lo regalasen, pero no hay que temblar a la hora de escribir que no. Que esta mujer no es de este mundo.

No me refiero a Marilyn, claro está, sino a otra rubia mucho más severa y contemporánea, Mary Louise Streep, 62 años, que nos acaba de demostrar hasta que punto los (grandes) intérpretes son capaces de levantar una película, cual los marines alzando la bandera americana en Iwo Jima. La prueba del algodón es ‘La dama de hierro’, más que una biografía, un power point amable y superficial por la vida y milagros de Margaret Thatcher, un telefilm correcto que redime todos sus pecados y su poca ambición gracias a una actriz literalmente transmutada en aquella primera ministra que se aparecía en las pesadillas de los sindicalistas.

Dicho esto, hay que ser amigos de Meryl pero más amigos de la verdad, y reconocer a la vez la extraordinaria labor de maquillaje y caracterización, que consigue mostrar por ejemplo a una Thatcher octogenaria increíblemente creíble –valga el oxímoron redundante-, cuando ésta evoca las diapositivas del pasado en su laberinto doméstico y senil, resucitando a su marido Dennis (Jim Broadbent) como compañero imaginario de sus gloriosas penas. Para bien o para mal, las escenas del matrimonio se llevan el gato al agua: la despedida del fantasma, ese hombre entrañable y charlatán que siempre ha vivido a la sombra de la lideresa, puede irritar sensiblemente los lagrimales.

El consejo es dejarse hipnotizar por las alturas interpretativas de la Streep y no mirar abajo: no mirar el relato vergonzosamente pueril de su carrera política, no mirar a esa torticera operación donde se nos quiere colar a la influyente paladina neoliberal como una feminista mesiánica, que los tiene bien puestos (curiosa vindicación del machismo en clave mujeril) frente a los hombres blandos, los pacifistas, los pactistas, los laboristas arrabaleros y otras hierbas. Una Thatcher que –por cierto- fue agente decisivo en la caída del comunismo, que –por cierto- puso los europeos al borde de un ataque de nervios con su indomable soberanismo, y así un largo etcétera de vertientes del personaje que la película de Pyllida Lloyd no quiere o no puede abordar con seriedad. Al fin y al cabo se trata de hacerle la ola a Meryl Streep, y en eso, no sé si lo he dicho ya, pero nos ponemos en primera fila.

‘Drive’: buen thriller para dormir


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5,5
Confirmado: soy un espectador con déficit de atención. Sólo así puede entenderse que me haya aburrido hasta el extremo del coma cinetílico (variante de la narcolepsia que sobreviene en las salas de cine) viendo una película presuntamente tan buena y electrizante, tan acreditada en los salones de la opinión publicada y avalada por las agencias de rating de la crítica como ‘Drive’, de Nicolas Winding.

Lo peor es cuando prometen. Enseñan la puntita y te imaginas todo un mundo de entretenimiento vibrante en los siguientes 100 minutos de tu vida. Por ejemplo, en el caso de este thriller negro, el conductor protagonista a quien da vida Ryan Gosling (el inolvidable judío-nazi atormentado de ‘El creyente’) se marca un prólogo de aúpa, huyendo de la policía con pericia torera hasta camuflarse entre el gentío como el más curtido de los chóferes de la mafia.

Pero a partir de aquí, parece que alguien saca una aguja y revienta el globo: la acción se torna fláccida y parsimoniosa. Asistimos con desgana al idilio del joven criminal con su nueva y cándida vecina rubia (Carey Mulligan), a quien deberá ocultar –canon obliga- su verdadera identidad facinerosa, mientras los clanes mafiosos urden conspiraciones en la oscuridad de la noche y se nos avecinan brotes violentos al más salvaje estilo Tarantino.

Vale, con un flexo en la cara estoy dispuesto a reconocer que es una buena película. Pero por favor, que nunca me obliguen a verla una segunda vez (si no me suministran antes un chute de Red Bull en vena).

09 enero 2012

La Navidad inventada de Dickens


Ada Castells
“Dickens se inventó esa Navidad blanca, familiar, que poco tiene que ver con la de Jesús, nacido en una de las zonas más calientes del planeta (…) Paradojas de la historia: su deseo de denunciar las diferencias entre ricos y pobres durante la Revolución Industrial ahora es cebo sentimental para animar el consumo”

Afirmar que Dickens se inventó la Navidad no es ninguna exageración. De hecho, nos ampara el título del estudio de Les Standiford, ‘The man who invented Christmas’, pero quizás tendremos que matizar. Dijéramos que Dickens se inventó esa Navidad blanca, familiar, acogedora, con árbol y chimenea, que poco tiene que ver con la de Jesús de Nazaret, nacido en una de las zonas más calientes del planeta. Es gracias al trabajo contrareloj de un escritor con intenciones moralizantes, que ahora ponemos al niño Jesús en medio de la nieve, una transgresión climática fruto de las reiteradas nevadas que cayeron en la Inglaterra victoriana. Concretamente Dickens se inventó lo que el marketing ha resumido como el lema de el Espíritu de la Navidad. Paradojas de la historia: su deseo de denunciar las diferencias entre ricos y pobres durante la Revolución Industrial ahora es cebo sentimental para animar el consumo.

En 1843, Dickens escribió ‘Cuento de Navidad’, el primero de una serie de relatos que debía entregar anualmente durante estas fechas con la autoconfesada intención de “despertar ancestrales sentimientos de amor”. En su cuento más célebre, el protagonista es el amargadp Ebenezer Scrooge, a quien se le van apareciendo los tres espíritus del pasado, presente y futuro, con la clara intención de que acabe entendiendo de una santa vez que, si consigue cambiar su manera de ser, su destino mejorará. Tenemos los elementos marca de la casa: crítica a las desigualdades económicas, niños desamparados, llamada a la compasión, y un buen mensaje moral, todo servido con un punto de humor y mucha sensibilidad (…). No en vano la prensa británica hablaba estos días de las navidades dickensianas, refiriéndose a la crisis. Desgraciadamente, los despropósitos egoístas de su eterno personaje Míster Scrooge resultan muy actuales.

Ada Castells
Artículo ‘El espíritu navideño’ en el suplemento Cultura/s de ‘La Vanguardia’, 21/12/2011 Foto: película de 'Cuento de Navidad' de Robert Zemeckis

08 enero 2012

‘Sherlock Holmes 2’: a los pies de Sherly

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Parecía difícil igualar la carga de adrenalina de la primera entrega, que nos descubrió un Sherlock Holmes playboy y socarrón, de lengua viperina, acerada inteligencia e irresistibles dotes para la acción. Algo así como un cruce feliz entre House, James Bond y el agente Hunt de Misión Imposible. Parecía difícil seguir a la altura de esa brillante frivolidad, gozosamente sacrílega para con las fuentes literarias (a Conan Doyle aún le dura el jamacuco en la tumba). Pero ellos lo han logrado.

Ellos son, por supuesto, Guy Ritchie y Robert Downey Junior. Al director le corresponde el honor de habernos electrizado nuevamente con un guion de hierro, unos diálogos crepitantes y esa fenomenal fotografía de una Europa glam, videoclipera y a mucha honra, donde la estética ochocentista y la posmoderna lucen una sorprendente aleación. El pelirrojo ex de Madonna ya se ha ganado un nicho en la modesta historia del espectáculo.

Y en cuanto a Downey Junior, lo propio sería levantar las manos del teclado y aplaudir. Desconocemos si las idas y venidas al mundo toxicológico tendrán amorales efectos inspiradores, el caso es que el actor neoyorquino se supera a sí mismo ya no interpretando, sino convirtiéndose física y psíquicamente en ese Sherly Holmes (evoca sin querer a Indy Jones), un detective-espectáculo más canalla y travesti que nunca, con escenas directas a la antología: véase su momento de transformismo en el vagón del tren, sus desternillantes lances homoeróticos con el doctor Watson (Jude Law), los experimentos selváticos en el piso o una soberbia autoreivindicación final del personaje que no desvelaremos.

¡Ah! Y no hemos hablado de la vibrante banda sonora, ni de la madera cómica de los nuevos secundarios, ni de las vacilonas ralentizaciones en la persecución del bosque, ni de la hilarante resaca de Watson, ni de la hiperbólica partida de ajedrez del siniestro profesor Moriarty (Jared Harris), ni de las ganas irresistibles de ver la tercera entrega que sobrevienen en el minuto 129, justo antes de los créditos.