16 diciembre 2012

Necesito mi catástrofe


Joan Pau Inarejos
La inminencia de la famosa fecha maya (21/12/2012) está despertando filias y fobias. Unos desean que pase de una vez, sólo para dejar de oír hablar de ella (así se acabe el mundo) y otros se desvivirían por parar las agujas del reloj y salvarse de un final que juzgan insoslayable. Entre estos últimos ha cristalizado un fenómeno peculiar, quizá más humano de lo que parece, una patología que va más allá del calendario. Lo explica el psicólogo Damián Ruiz: “La cuestión estriba en cómo se explicarán esas personas, el dia 22, el hecho de que no haya sucedido nada. Puede darse el caso de que alguno de esos ciudadanos tenga que vivenciar esa experiencia de otra manera para que no se produzca una disonancia psíquica y un conflicto difícil de resolver” (La Vanguardia, 16/12/2012). Estamos ante los yonquis de la catástrofe.

Adictos a la narrativa mediático-milenarista, estos ciudadanos no podrán soportar que el mundo prosiga el 22 de diciembre. Una continuidad tan prosaica y terrenal les parecerá una puñalada trapera, una negación del espectáculo para el que tan concienzudamente se habían preparado. En la adaptación cinematográfica de ‘La niebla’ de Stephen King, el soberbio desesenlace ilustraba lo terrible que puede ser un amanecer, lo traumática que puede resultar la ausencia de un final purgador y la necesidad de afrontar en solitario una prórroga imprevista en el cuaderno de bitácora. Necesito mi catástrofe. Mi trabajo para construir el arca no puede ser en balde, pensará el angustiado hombre chino que ha sido noticia estos días por emular a Noé. 

Mucho se ha escrito sobre la depresión poscarcelaria -el preso sale a la calle y no sabe afrontar su libertad-, o incluso sobre el cariz desasosegante que puede revestir la misma idea de la vida eterna. La diosa Calipso, abandonada por Ulises, quedó desolada en su inmortalidad, recuerda Unamuno. Nuestra naturaleza caducifolia, nuestra experiencia insobornable de que todo se acaba, sea para morir o para renovarse, apenas sabe nadar en este océano inquietante del para siempre. Pasó el año 1000, pasará la espuma sensacionalista de los mayas, pero seguirá irresuelto nuestro pleito permanente con el fin de los tiempos.


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