05 mayo 2012

Nos hiciste llorar sin afligirnos


Joan Pau Inarejos
En una de sus breves y deliciosas pesquisas de detective cultural, como gusta de presentarse José Antonio Marina (suplemento ‘Es’ de La Vanguardia, 5/5/2012), el autor lamenta la “mala reputación” que padecen las verduras en el diccionario, una “campaña de denigración lingüística” que nos impele a dar calazabas, a ver como patatas las cosas que no funcionan o a importarnos todo un comino o, en su defecto, un rábano. Dice el filósofo que “ha llegado la hora de limpiar el honor” de las pobres verduras, víctimas de una asociación clasista con la miseria y con la obscenidad, y sin embargo tan bellas y ricas en vitaminas. Sin olvidar, añadiríamos nosotros, su gran cordialidad y discreción en nuestras entrañas, frente al revanchismo de las carnes, frituras y salsas que, con sus indigestiones camorristas, jamás nos perdonan haberlas comido.

Y para promover esta rehabilitación moral, qué mejor que acudir a la poesía. Pablo Neruda, como recuerda Marina, fue el único que se acordó de las humildes hortalizas. Como la alcachofa, con quien tengo algo personal por mi doble condición de samboyano y de periodista (Sant Boi, tierra de confines agrarios; la radio, sembrada de micrófonos que reciben este apodo verdulero). El genio chileno quiere verles un deje castrense: “La alcachofa / de dulce corazón,/ se vistió de guerrero (…) /  y un día / una con otra / en grandes cestos / de mimbre, caminó / por el mercado / a realizar su sueño: / la milicia. / En hileras / nunca fue tan marcial / como en la feria".

Tampoco olvida Neruda a sus compañeras de huerto: “En el subsuelo / durmió la zanahoria / de bigotes rojos, / la col / se dedicó / a probarse faldas, / el orégano a perfumar el mundo”. Y capítulo aparte para la incomparable cebolla, con su piel redonda, intrincada y cristalina. Para ella tiene el poeta una de las loas más hermosas que se pueden dedicar: “Nos hiciste llorar sin afligirnos”.

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