07 febrero 2012

Esto intentaba ser una defensa de Antoni Tàpies


por JOAN PAU INAREJOS
Lo confieso: tampoco yo sé admirar muchas de las obras de Tàpies. O mejor dicho, depende del día. Ignoro si también las sabría hacer mi hijo de cinco años en caso de tenerlo, como se dice por ahí, aunque es poco probable, porque hoy a los hijos ya no se les deja jugar con barro. El caso es que no puedo evitar una culposa sensación de estafa ante buena parte del arte plástico contemporáneo, que aparentemente ha renunciado a compartir códigos y a convertir el esfuerzo en gracia (como una pieza de ballet, como un guion de película) en favor de un encastillamiento marfileño, puramente intelectual, como quien se inventa un alfabeto para que cada cual lea lo que le da la gana, y al ‘Blanco sobre blanco’ de Malevich me remito.

Será por ignorancia atrevida, no digo yo que no, o porque me he criado en la generación de la estética televisiva y desechable, pero me siento un mal amante del arte moderno, y debo admitir con el corazón contrito que el otro día todavía notaba en la mejilla el pintalabios del mundo exterior zapeante mientras contemplaba ‘L’esperança del condemnat a mort’ en la retrospectiva de Miró, apenas un cabello trazado sobre una tela en blanco de gran formato, poco después de haberme quedado embobado con el realismo mágico de ‘La masia’. Oh oráculo del MOMA, si a veces me da por denunciar en seguridad que el emperador va desnudo, o por pensar que los museos de arte abstracto tienen síndrome de Diógenes y acumulan demasiado material que cabría estupendamente en un ligero pen drive, ¿seré un hereje o un reaccionario?

Quiza lo sea. Y sin embargo, esto pretendía ser una defensa de Antoni Tàpies.

Porque, aunque no sé si mi hijo de cinco años sabrá hacer lo que hacía Tàpies, sí sé que Tàpies habla al niño de cinco años que yo fui un día. Al que le gustaba pringarse y mojarse bajo la lluvia. Al que amoldaba y desmenuzaba la plastelina. Al que metía las zancas en la hojarasca. Google Imágenes apenas sabe atestiguarlo, pero los grandes murales matéricos de Tàpies, los que realmente me emocionan más allá de su caligrafía misteriosa de cruces y letras, llevan en su monumentalidad informe la belleza fea del barro y de la escarcha, de la paja y de la espuma, del vulgar petróleo y del ignoto polvo lunar. Y estos muros, en su desaliño sin pies ni cabeza, me han educado para ver la fotogenia en una pared desconchada, en un mosaico de carteles arrancados o en una espontánea aglomeración de cemento. 

No es nihilismo desesperanzado, sino un amoroso abrazo a lo físico como verdadero hogar último del alma; no su mera expresión exterior, como quiere el dualismo, sino su misma presencia entre nosotros, su intimidad palpitante. “Una herida es siempre una herida, se produzca en una madera, en la carne de un ser humano o en la vida afectiva” (Juan Eduardo Cirlot). O como dejó escrito el poeta José Ángel Valente al hablar de Tàpies: “el movimiento hacia el centro de la materia es también un movimiento hacia el centro de la interioridad”, la “piedra en la que 'duerme una imagen’” de Nietzsche.

Por supuesto que no hace falta ir hasta el Eixample de Barcelona para gozar de las materias. Están alrededor nuestro, en cualquier hierro oxidado y hasta en la crepitación rojiza de un sofrito. Pero Tàpies, con su humildad oriental, nos enseñó a verlas. Y el mejor artista no coloniza casas, sino que abre ventanas.

(Al final sí que ha parecido una defensa: mestre, no m’ho tinguis en compte i descansa en pau).

JOAN PAU INAREJOS 7 FEBRERO 2012
EN MEMORIA DE ANTONI TÀPIES (1923-2012)
IMÁGENES: COS DE MATÈRIA I TAQUES DE COLOR TARONJA (1968), MATÈRIA EN FORMA D'ANOU (1967) Y REPRODUCCIÓN DE LA FIRMA DEL ARTISTA


1 comentario:

Glòria dijo...

molt bo Pau !