24 enero 2011

'El caso Bourne' (2002): engaño vibrante

 
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 7,5      

A falta de un utópico cine de reestreno que ofreciera películas a la carta a la vuelta de la esquina, ahí está el siempre eficaz DVD como abnegada Cenicienta para recuperar lo que un día te perdiste (y no cito CineTube y compañía por no alertar a posibles vigilantes insomnes de la SGAE). En este caso, para descubrir un thriller creativo y electrizante, del que se han escrito merecidas lisonjas: la primera parte de la saga Bourne (2002).

Un bisoño Matt Damon -que parece salido de una promoción de la ESO a pesar de sus treinta tacos bien cumplidos y rebasados por aquel entonces- emprende una frenética búsqueda sobre su propia identidad después de ser rescatado en aguas del Mediterráneo, en un arranque tormentoso e intrigante de aquellos que atan con cadenas a la butaca del cine (o al sofá de casa). Con un ritmo gozoso y ascendente, pronto descubriremos que este hombre lanzado cual héroe existencialista a la nada y al olvido es en realidad un agente fracasado, en búsqueda y captura por la todopoderosa CIA, porque -a ver si lo adivinan- sabe demasiado.

Para ser más precisos, Jason Bourne no sabe lo suficiente, y ahí radica el hallazgo argumental tan inverosímil como sugestivo en que se basa la película y su materia prima literaria (la novela de Robert Ludlum): el agente mantiene todas sus habilidades, todos sus conocimientos, todas sus astucias, y únicamente -vaya por Hitchcock- tiene lagunas profundas sobre su identidad y su experiencia personal. Este perverso artefacto narrativo lleva a Bourne a una fuga desesperada por Europa, una gran aventura policíaca de bellas postales en Marsella, Barcelona, Roma, Zurich y París, donde James Bond parece haberse perdido en la programación del canal Viajar.

'El caso Bourne' reserva secuencias de acción sobresalientes (para perder varias veces todos los puntos del carnet) y también instantes de una tensión de hierro, felizmente agobiante: especialmente rebobinables son la escena en el hotel de París, donde un sicario irrumpe cual relámpago, o la escena del descampado, donde Bourne rodea al matón con felina pericia.

Absolutamente nada es creíble, pero, con tan buenas artes, qué placentero resulta que nos tomen el pelo. De modo que pienso revisitar el videoclub más pronto que tarde para proseguir con tan fantástico engaño. 

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