24 agosto 2009

Marrakech o la ciudad de fango

Por Joan Pau Inarejos

Diario del viaje a Marrakech, Marruecos

Del 18 al 20 de agosto de 2009
Joan Pau Inarejos y Laura Solís

marroquíes

El estrecho de Gibraltar existe. Perdón por la perogrullada, pero, por mucho que se observen los mapas y los atlas una y otra vez, la geografía no se hace real hasta que uno alza el vuelo y ve las tremendas costas con toda su materialidad en escorzo. Quizá sea ésta una de las virtudes de viajar en avión: reconciliarse con la ciencia para constatar que los continentes existen y que las nubes no son esponjosas.

Y otro de los reclamos de la aeronáutica, qué duda cabe, es cambiar de mundo en apenas 2 horas. En el Marrakech de agosto, la primera señal tectónica se lanza sobre la piel: un calor seco y abrasante, un ardor inflamado que encoge el ánimo y hace soñar con paraísos de sombra regados por arroyuelos. Con cuánta razón las civilizaciones del desierto adoran el oasis...

Tras ingresar oficialmente en el Reino de Marruecos -burocracia mediante- nos dirijimos a un taxista para que nos llevara a "4-25 Derb Gnaoua Ben Saleh". Al parecer, entre los chóferes había teorías diversas sobre cómo llegar a la dirección marcada, así que asistimos a una encendida e indescifrable discusión gremial hasta que uno de los taxistas profirió a su colega algo parecido a "Hazme caso, es por allí".

Ya sobre las alfombras del taxi, mientras un locutor hablaba atropelladamente desde las ondas, con continuos sonidos aspirados, apareció Marrakech.

dabachi

La llegada a esta vieja urbe magrebí es de las que difícilmente se olvidan, y no precisamente por su espectacularidad, sino más bien por su genuina rudeza de colores rosados. El taxi atravesó una muralla humilde y agujereada, como un suave oleaje arenoso, y se adentró por un ramaje de calles toscas, plagadas de gente y de hortalizas, de humaredas y de especias, todo atravesado por imaginarios carriles múltiples por donde a toda hora desfilan motos, asnos y bicicletas.

El conductor se detuvo en pleno meollo de la medina, africana y caótica, y allí nos recibió un adolescente que respondía al nombre de Mohammed. El joven nos sonrió, nos guió a pie hasta el callejón de nuestro hotel, preguntó nuestros nombres y esperó con tímida paciencia hasta salir corriendo con la propina.


DIARIO DE VIAJE A MARRAKECH / AGOSTO 2009

la medina


bullicio

Si uno pone los pies en Marrakech para relajarse, es mejor que abandone toda esperanza. En su centro, esta es una ciudad con las vísceras vueltas hacia afuera, tremendamente humana y olorosa, más miserable de lo que cabría imaginar, donde la gente vive agolpada en un revoloteo constante de velos y mercancías.

En Marrakech no hay contemplación ni recogimiento que valgan; si uno duda y se detiene, si uno despliega cándidamente la cámara o el mapa, pronto se verá rodeado por enjambres de lugareños dispuestos a ofrecer cualquier tipo de información oral a cambio de modestas y negociadas cantidades. Negarse a estas espontáneas ofertas, como pudimos comprobar, puede tener un precio: exhibirse a una suerte de mal de ojo que se lanza con esta palabra despreciativa: "¡Bancarrota!".

Dejémenos de tópicos: más allá de las amables fantasías exóticas, del luminoso atractivo de lo diferente, lo cierto es que el recién llegado a la maraña de la medina más bien se siente abocado a un íntimo desamparo cultural, ya que aquí es mirado e intimidado casi como pecaminoso y rentable objeto de deseo. Para asistir a esta curiosa vuelta de tuerca, donde uno mismo es el reclamo, hay que cruzar ese límite mental que se llama estrecho de Gibraltar. Y que existe.


en la plaza

cómico

"La plaza es por allí". "La plaza es por allí". Las continuas señales humanas de los lugareños, chapurreadas en un español de urgencia, nos condujeron a la Place Jamma el-Fna, un soberbio y bullicioso polígono donde retumban tambores y flautas, y donde se extienden los famosos zocos o mercadillos, salpicando toda la explanada, desordenada y vaporosa.

Por ser tan celosos de la integridad de su alma, o acaso de sus derechos de imagen, dicen que los marroquíes no dejan pasar ni una, y así lo pudimos comprobar cuando un apacible músico, vestido de blanco, se nos acercó furibundo al descubrir que le habíamos hecho una fotografía. Supongo que en su perorata vociferante me dijo algo así como "si me quieres inmortalizar, págame", aunque por desgracia no llevaba el traductor simultáneo.


DIARIO DE VIAJE A MARRAKECH / AGOSTO 2009


la mezquita

torres

Presidiendo la gran plaza, se alza en Marrakech un imponente tótem: el minarete de la mezquita Koutoubia. Con sus 70 metros, la bella torre almohade (siglo XII) ejerce como enorme altavoz de megafonía religiosa -los cinco rezos diarios del Islam- y, en su pureza de líneas, nos muestra lo que hubiera sido la Giralda sevillana de no haberse realizado el remake barroco de la Reconquista.

Contemplando este alminar espigado desde los jardines de Marrakech, uno comprende lo que decía Lorca al cantar a Córdoba "lejana y sola", como la sola torre, mero testimoniaje y presencia, remitiendo a aquella fe militar tan ávida de torres y guardias, de vigías y señales en el horizonte. De soledades en los torreones y de amores prohibidos entre Thamar y Amnón, que se contemplan desnudos en lontananza.

A los pies de la torre, la mezquita alberga un gran solar inacabado: los primeros cimientos no estaban bien orientados hacia La Meca y hubo que construír un nuevo edificio con el laberinto de galerías para la oración, al que -con el Corán hemos topado-, sólo pueden acceder los musulmanes. Quién sabe si se hacen controles de fe en la entrada, o si sencillamente se trata de adoptar la estética lugareña e impostar el acento para poder ingresar, pero francamente no fuimos a comprobarlo.


los azulejos en flor

enchufe islámico

Las grandes construcciones árabes juegan a engañar: por fuera son severos y anónimos armazones, mientras que por dentro florecen con increíbles vergeles de colores y humedades. Lejos de los claustros cristianos, consagrados al vacío y al recogimiento, los patios imperiales musulmanes parecen celebrar el goce íntimo de los sentidos, el lecho que destila mirra y perfumes de azafrán, la alcoba salomónica donde los novios "celebran sus amores más que el vino". Así ocurre en la Alhambra de Granada, en el Alcázar de Sevilla, y también en uno de los edificios más inesperadamente bellos de Marrakech: la Madraza Ben Youssef.

balcón flotante

Como sus hermanas andalusíes, la Madraza o escuela coránica casi pasaría inadvertida en su exterior, pero contemplad el soberbio preciosismo con el que sus hacedores tapizaron las estancias interiores. Alrededor de una ajedrezada pila de abluciones brota una hilera de mosaicos multicolores que acaso componen palabras secretas en su incontable sucesión de azulejos en flor, brillando y reverberando entre la luz y la sombra según se va moviendo el sol. No, los musulmanes no pueden dibujar a Dios, y quizá por eso llenan las paredes con una desazón de infinitas bellezas abstractas.


DIARIO DE VIAJE A MARRAKECH / AGOSTO 2009


marrakech extramuros

a las puertas

Hileras de caballos aparcados y grandes toldos de Coca-Cola flanquean la puerta principal de la muralla de Marrakech. Todo es fragor y algarabía, pero al salir del antiguo perímetro, las voces callan súbitamente y uno se encuentra de repente con la sola compañía de las chicharras.

Resiguiendo el trazado exterior de las murallas, en periferias abandonadas y silenciosas, se agolpa el Marrakech más mísero y extraño: vendedores de ropa tendidos entre cartones y ruinas, niños que corren tras los pneumáticos con un palo en la mano y baterías de talleres que huelen a hierro y a gasolina.

Dejando atrás la vieja urbe, la avenida Mohamed V conduce hasta la ciudad nueva de Gueliz.

retícula

No cuesta imaginar que los franceses, siempre tan geométricos, se escandalizaran con el caótico trazado de la medina árabe, irracional y traicionera, y quisieran erigir una ciudad nueva con perfectos y fuertes diseños urbanísticos. El resultado es la urbe de Gueliz, un inquietante coloso de cemento y hormigón que, pese a todo, ha querido conservar la característica tonalidad rosa que impregna todo Marrakech.

Pero el espíritu francés no sólo es racionalista y organizador; también inventó el impresionismo y las esfumadas pasiones orientalistas, cuyo santuario en suelo de Marrakech responde al nombre de Jardín de Majorelle.


monet

Si en la antigua medina se halla la ciudad real y sudorosa, en este acotado perímetro se levanta una suerte de parque temático abstracto de la Arabia que han soñado los europeos durante siglos: un mundo de suavidades y colores paradisíacos, un remanso de lujo y de amplios fumaderos donde uno puede recostarse para ahogar el estrés y los complejos de rico occidental.

Algo así debió imaginar Jacques Majorelle, un pijo de Nancy que se quedó prendado de Marruecos a fecha de 1923 y quiso dejar su huella con este vergel modernista que atesora yuca, buganvilla, bambú, laurel, hibisco, geranios, cripreses y cactus entre otros muchos primores botánicos.

Más tarde, el recinto de Majorelle entró en la era fashion y dejó fascinado a un célebre diseñador de moda, hasta el punto que el jardín se ha convertido hoy en un novísimo mausoleo, con un altar que pide silencio bilingüe -en francés y en árabe- para recordar al santo laico de la estética: Yves Saint Laurent, 1936-2008.


DIARIO DE VIAJE A MARRAKECH / AGOSTO 2009


la tormenta

sol desértico

Eran las ocho de la tarde, y afuera ya había oscurecido. Desde el hotel Riad el Wiam se empezó a oír la lluvia, repiqueteando sobre la cubierta transparente del patio interior. El goteo se multiplicó hasta convertirse en un espeso fragor, un aguacero intenso y pertinaz bañando por sorpresa la vieja y acalorada medina de agosto.

El chaparrón aporreaba vivamente el cristal, empezaron a resonar los truenos, y, en nuestra hipocondría de turistas, nos preguntamos si el techo resistiría el embate o bien reventaría, abriendo vía para una tremenda ola apocalíptica. (Ya se sabe: el sueño del cine y la globalización televisiva produce monstruos). A la escena se sumaron unos lejanos bramidos: el rezo vespertino de los musulmanes, amplificado por la megafonía, bajo la inclemencia del tiempo.

Bajamos a la sala de entrada del hotel, donde el recepcionista, un galán francés de mediana edad y alta estatura, cerraba algunos negocios por teléfono. Este hombre, al que por convención narrativa llamaremos Jacques, nos dedicó una mirada de complicidad y señaló al cielo con una sonrisa nerviosa, como diciendo: Vaya borrasca, no está mal, ¿verdad?.

Quien parecía más tranquila era la matrona del hotel, una señora menuda y tímida, siempre enfundada en su velo, a quien podemos llamar Aisha. En su español sedoso y zizagueante, Aisha nos hizo saber que no veían una tormenta semejante desde el mes de abril. En Marrakech, nos explicó, llueve muy esporádicamente, pero cuando lo hace, los chubascos descargan con generosa potencia. A buen seguro, también sorprenden a los centenares de habitantes que atestan las calles y callejas cuando el calor del día empieza a aminorar.

Todavía con la lluvia de fondo, nos sirvieron la cena en una mesa cuidadosamente salpicada de pequeños medallones transparentes de colores. Jacques compareció sonriente, con un niño pequeño colgado del brazo izquierdo. En el otro lado llevaba una botella de vino tinto, con la que nos quiso obsequiar. Probé el vino y, desde las profundidades cavernarias de mi ignorancia en la materia, le dije que "se parecía a los vinos españoles". Jacques asintió enérgicamente, y casi parecía que me iba a dar un gallifante.

Mientras tanto, el niño se había dormido en brazos de su padre. Tienen razón los filósofos del conocimiento, cuando dicen que los humanos fabulan de oficio y siempre están creando hipótesis automáticas para todo aquello que no conocen.

En nuestro caso, fabulamos que el apuesto Jacques, con su aire bohemio y descamisado, recaló años atrás en Marrakech con una enorme cámara Nikon en las manos y, fascinado por la vivacidad y los colores de la ex colonia, decidió quedarse y poner fin a su matrimonio en la metrópolis.

Una tarde cualquiera, paseando por la medina, Jacques conoció a Fátima, hija de una administradora de hotel, y con ella tuvo a este pequeñuelo, a quien cada noche le cuenta historias sobre las luces de París hasta que, poco a poco, se va adormeciendo.


JOAN PAU INAREJOS
Viaje a Marrakech, Marruecos
Joan Pau Inarejos y Laura Solís, 2009


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Joan Pau Inarejos y Laura Solís

Italia 2009: Meglio morto che perugino!

Por Joan Pau Inarejos

Umbria, Toscana, Las Marcas y Roma
Del 3 al 14 de agosto de 2009
Joan Pau Inarejos y Laura Solís

en ruta

Día 3. Perugia




Hoy es 3 de agosto, pero la verde y soleada Umbría apenas se puede vislumbrar, porque el día está nuboso y va salpicando lloviznas en un riego sutil y constante. Con nubes o sin ella, una cosa se puede comprobar con claridad: aquí no hay nada medianamente parecido a una metrópolis, sino un ramillete de pequeñas ciudades históricas: cada una luce su enseña, su escudo y su colina desde época medieval, y a tenor de ciertas pintadas y dibujos espontáneos, parece que todavía hoy conservan su rivalidad y sus vigorosas identidades locales: Meglio morto che perugino!


rivales

Algunos entusiastas como Chesterton, hablando de la Umbría y de San Francisco de Asís, proclamaron que "había más internacionalismo en los países salpicados de repúblicas minúsculas que en la enorme homogeneidad de las impenetrables divisiones nacionales de hoy en día". Aquellos hombres locales, argumentaba el escritor inglés, defendían a muerte su pequeña plaza pero a la vez podían estar comprometidos con los trovadores franceses o con el destino de Tierra Santa, igual que hoy muchos jóvenes urbanos se sienten más concernidos por el hambre africana o la libertad del Tíbet que por sus respectivas banderas nacionales.

peruvista

Será por su celoso trazado medieval, pero el caso es que a nuestro Cinquecento de alquiler le costó Dios y ayuda ascender hasta el centro de Perugia. La capital de la región se asienta sobre una confusa espiral donde asoman lejanas torres y campanarios sin rumbo cierto. Quién sabe si así distraían al enemigo, pero lo que hoy consiguen es distraer al conductor y de qué manera.
Acostumbrados a las severidades hispánicas, Perugia es de aquellas ciudades italianas que sonrojan por su coquetería marmórea: aquí se pueden admirar iglesias rosas -¡quién viera una en Toledo!- o delicadas filigranas cromáticas sobre la piedra en la preciosa Piazza IV Novembre, donde se alza el Palazzo dei Priori y la imponente Fontana Maggiore.


vociferantes

Bajando estrechas y empinadísimas callejas también llegamos a los alrededores de la Piazza San Francesco Al Prato, donde se oían revoloteos constantes: bandadas de palomas iban huyendo y volviendo sincopadamente al ritmo de los ladridos de dos perros atados, aparentemente no muy fieros. Quién sabe cuántas horas pasarían asi, unos amedrentando y otras volviendo al lugar de las amenazas, pero ya dice José Antonio Marina que la naturaleza "es un Shakespeare sin palabras, autora de dramas continuos". No sé si lo decía por estas cosas, pero lo escrito, escrito está.



Día 4. Cortona y Arezzo


andante
Partimos hacia la Toscana y llegamos a Cortona, muy cerca de Perugia y de nuevo encaramada a una colina serpenteante. El pueblo medieval guarda un íntimo secreto en sus alturas: el austero templo de San Niccolò, no apto para buscadores de emociones turísticas fuertes, se yergue modesto y silencioso sobre estas líneas y, agazapado en medio de un recinto de piedra, dejadme aventurar que casi invita a la soledad monacal.

De nuevo a bordo del coche, nos sorprendió una nueva fortaleza: esta vez el bosque de torres respondía al nombre de Castello di Montecchio. Y tras unos quilómetros, llegó Arezzo.


anunziazione

En Arezzo, ciudad amurallada del sur de la Toscana, se pueden saborear los mejores efluvios del Medievo italiano, como esos templos porosos, llenos de ventanas y galerías, de ojos y agujeros: ved la cincelada piel románica de la Pieve di Santa Maria, que a 35 grados casi hace fabular con el erotismo de la piedra...

Caminando por Arezzo, uno también puede toparse con un ángel arrodillado en una habitación de colores primaverales. Está pintado en el frontispicio de la iglesia de la Santissima Annunziata, y trae a la retina las más sedosas ingenuidades del Trecento, aquel siglo de la pubertad, privado de ansiedades modernas, en que aún no se conocían las cuadrículas renacentistas ni las urgencias propagandistas del Barroco. Aún no había volúmenes perfectos ni claroscuro alguno, sino santos livianos y campos de colores primarios. Siglos más tarde, una generación de ingleses hastiados por el rigor victoriano soñarían con aquella centuria de fe juvenil que sólo se contentaba con la belleza piadosa y el lirismo de las florecillas. Luego vendría Rafael y lo estropearía todo: de ahí que esos británicos nostálgicos se hicieran llamar, no sin cierto rencor personal, los Prerrafaelistas.


piazza grande

Pero no nos vayamos de Arezzo sin gozar de su tesoro más espléndido, porque la villa toscana guarda en su seno una cuadrícula inolvidable, quizá de las más bellas de Italia: la Piazza Grande, presidida por la cabecera románica de la Pieve di Santa Maria, se extiende majestuosa -maestosa, dicen en italiano, siempre tan bello en el léxico- con su perímetro de balcones medievales orlados de escudos multicolores. Es de esas plazas de las que cuesta irse.


DIARIO DE VIAJE ITALIA 2009 / 3-14 AGOSTO 2009
Día 5. Sant'Angelo, Urbania y Urbino


di que sí
De nuevo nuestro pequeño Cinquecento tuvo que jadear esforzadamente, esta vez para cruzar el valle de los Apeninos que nos condujo a la región de Las Marcas. Tras las carreteras montañosas, las urgencias del cuerpo nos hicieron parar en un pueblo llamado Sant'Angelo in Vado, que lucía ni más ni menos que un arco triunfal de época fascista: Il credo del borghese e' l'egoismo; il credo del fascista e' l'eroismo, así reza la anacrónica sentencia, apenas contestada por un impotente chorro de pintura roja. Que baje Berlusconi y lo vea, aunque quizá Il Cavaliere y a la par magnate audiovisual se sienta más concernido por mensajes como este que encontramos en las calles de Ancona: non credere alla propaganda (televisiva).


era cavaliere

Después de comer visitamos la ciudad de Urbania, bautizada por un Papa y no especialmente agraciada, y a todo esto ya nos acercábamos a un enclave de líricas resonancias venusianas.

Urbino o el plató de Disney


urbinesia

Atención viajeros: no se dejen intimidar por esta estampa romántica. Notarán que la silueta limpia y brillante del Duomo y el Palazzo Ducale les reclama con cantos de sirena, y les suscita calenturientas fantasías caballerescas, pero traten de atarse al mástil y mantengan la cabeza fría, porque, en realidad, la ciudad de Urbino, en la región adriática de Las Marcas, es lo más parecido a un decorado para rodar la Bella Durmiente 2. Están advertidos.

Si son visitantes intrépidos, hagan la prueba: suban a Urbino y verán que, tras su fastuoso escaparate, apenas hay un pueblo de cartón piedra, con frías escalinatas neoclásicas y un árido trazado de casas de ladrillo. En fin, todo un acierto para una urbe mentirosa y disneyana como esta que Pinocho sea uno de los protagonistas de sus escaparates...

los mercadillos de dios

Paseando por Urbino también pudimos visitar otras imposturas más divertidas: tras la portalada de una iglesia, no apareció un lugar de culto, sino un mercadillo de pulseras, cerámicas y manualidades, todo a cargo de niñas y púberes bajo el epígrafe de "Mostra Missionaria". Les compramos una pulsera de Scooby-Doo a 1 euro y las jóvenes dependientas de los baratillos de Dios nos regalaron un tímido y risueño "Ciao, grazie".

rafael y las frialdades

Rafael, el que mató la ingenuidad italiana según el atestado de los románticos ingleses, nació un Viernes Santo en esta ciudad de Las Marcas, y así lo atestigua el museo del fastuoso Palazzo Ducale. Antes de dibujar a los portentosos filósofos de la Academia, el maestro de Urbino hizo su propia Gioconda con La Muta, el íntimo retrato de una aristócrata florentina que hechiza por sus manos plegadas hiperrealistas. Por la pinacoteca también desfilan arquitecturas inquietantes: ved esa limpia y desértica Ciudad ideal renacentista, atribuída a Luciano Laurana, o la Flagelación de Piero della Francesca, donde los dolores de Cristo pasan a un misterioso segundo plano, tras las frívolas conspiraciones de los nobles.


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Día 6. Ancona y la Península de Conero


ancona

Dejamos atrás las frialdades palaciegas de Urbino y nos fuimos a la sal y al ajetreo portuario del Adriático. La ciudad de Ancona, sucia, entrañable y desordenada, aparece en plena marabunta de tráfico, con carreras y adelantos improcedentes al más puro estilo italiano -la patria de los condottieros parece que no ha sabido llegar con elegancia a la era de la gasolina- y con una batería de hoteles de carretera amontonados frente a la estación. Al llegar a nuestro alojamiento nos atendió una recepcionista de confuso acento cubano-italiano, y nos recomendó aparcar el coche "en lah lineah blú" -zonas azules, en caribeño-adriático-, cosa que sólo se podía responder mentalmente con un "Felice di stare lassu".


blasfemia

Las calles de Ancona reservan alguna curiosa sorpresa, como este monumental dibujo de una Virgen invertida. Perdón por la blasfemia tan poco representativa del lugar -quién sabe si ya la habrán tapado con otros garabatos-, pero la estampa iconocida parece revelar hasta qué punto Italia es la gran patria del pensamiento figurativo: aquí es donde ha triunfado el Olimpo de madonnas y santos, de venus y césares, de ángeles y fuentes zoomórficas. Ni la España mística de la noche oscura, ni la Francia clásica de la razón solar, ni por supuesto las abstractas naciones protestantes, pueden arrebatarle este título a Italia, el país más narrativo y más visual de Europa, donde los devotos entronizan vírgenes y los ateos las vuelven a dibujar para invertirlas.



acróbata

Grandes palacios góticos, lonjas monumentales y venerables ruinas romanas jalonan el centro de Ancona, bosque urbano de altibajos junto al mar que en pleno ferragosto, como se dice en catalán, hacen suar la cansalada. Paseamos por grandes plazas y escalinatas abandonadas: esos enormes dispositivos barrocos se diseñaron en su día para deslumbrar y hoy casi son platós olvidados, monumentales vacíos de sentido de funciones extraviadas. Sin ningún entusiasmo romántico, el griego Giorgio de Chirico comprendió el carácter de carcasa de las ruinas, y las pobló de tristes almas errantes.

La casualidad nos llevó a la bellísima portada románica de Santa María della Piazza, otra fachada en carne viva, porosa y palpitante como la de Arezzo, esta vez plagada de arcos ciegos y descacharrantes relieves escultóricos, como esta especie de acróbata en forma de rana antropomorfa que no me atrevo a buscar en la Biblia. Y aún nos faltaba subir a la verdadera acrópolis de Ancona.


hacia oriente

La catedral medieval de San Ciriaco quizá es uno de los edificios más bellos que se pueden ver en el Adriático. Flanqueada por dos leones formidables, con su planta de cruz griega, su torre-minarete y el mar a sus pies, casi pasaría por un templo primitivo de Persia o por una ensoñación pagana y solar de Nietzsche, habiéndose cascado una absenta tras proclamar la muerte de Dios. Pero los despojos de San Ciriaco, en la cripta de la catedral, con toda seguridad se escandalizarían al oír estas comparaciones, así que mejor dejemos los espejismos del calor para otra ocasión.

Lo cierto es que el dios sol no quiso dar tregua en Ancona, y no tuvimos más remedio que huir a toda prisa hacia la playa. Bajo un templete neoclásico que recuerda a los Caídos de la Primera Guerra Mundial se extendía una larga escalinata hacia la costa, plagada de bañistas de la tercera edad que se freían como lagartos. En aquella playa de hormigón, la arena ni estaba ni se la esperaba, así que subimos de nuevo al coche y nos dirijimos a un pequeño y cercano paraíso adriático.


cabo

La Península de Conero, según dicen, es el único accidente que rompe la línea costera de la región de Las Marcas, pero como accidente resulta bastante bienaventurado: el paraje verde y frondoso se adentra mayestático frente al mar y permite descender sus acantilados para darse un baño, previa caminata escarpada. Llegamos al enclave de Portonovo en plena operación salida, cuando la mayoría de visitantes y excursionistas ya subían. Pero la maratón tuvo premio: abajo nos esperaban las espumosas aguas del Adriático, tibias y plateadas irrigando una playa de piedras redondeadas frente a los oscuros acantilados del atardecer. No nos podía caer la noche encima, así que fue lo más parecido a un baño de urgencia para apagar el fuego del calor. Ciao Ancona.


ultimo porto
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Día 7. Loreto y Ascoli Piceno

Seguimos en ruta por el Adriático y tras pasar por campos de girasoles que miraban hacia el suelo nos detuvimos en un lugar de resonancias voladoras.

a casa
Dice la tradición católica que el santuario de Loreto, en Las Marcas, alberga la auténtica casa de la Virgen María en Nazareth, que fue arrancada por los ángeles y transportada a tierras mucho menos hostiles en un pionero puente aéreo Palestina-Italia.

Desde tiempos modernos, la virgen lauretana es venerada como la patrona de la aviación, y el mismísmo Juan Pablo II, de visita en 1979, se descolgó con una ¡"Oración por los viajes en avión"!, que si sois aprensivos haréis bien en anotar: "Señor nuestro Dios / que caminas sobre las alas del viento (...) / los aviones que surcan el cielo / propaguen más lejos en el espacio / la alabanza de tu nombre (...) / que con tu bendición / pilotos, técnicos, auxiliares, obren con sabia prodencia / a fin que cuantos viajan en el aire, / superado todo peligro, / alcancen felizmente la meta que les espera".



Quién sabe si la casa voladora de María, transportada por los ángeles, inspiró los relatos de El Mago de Oz o incluso el más contemporáneo largometraje de animación Up, de Pixar, donde la pequeña vivienda de un anciano asediado por la especulación se eleva hacia las alturas gracias a un ingenio de globos. El caso es que la letra pequeña de los folletos hace aterrizar las fantasías: hay indicios históricos de que la morada de la Virgen pudo ser trasladada vía marítima por los cruzados expulsados de Tierra Santa en 1297: así lo plasman antiguos dibujos, que retratan una casa llevada en barco, bajo la nube protectora de la madonna emigrante.

Una vez dentro del santuario, pasadas las parafernalias barrocas, viendo las tres paredes de la pequeña casa judía, de humildes e irregulares ladrillos, con inscripciones y pequeñas oberturas como celosías del alma, a uno le cuesta imaginarse las vírgenes gloriosas montadas en las nubes o asentadas en las lujosas habitaciones que pintan las Anunciaciones. Más fácil es evocar a una joven invisible, fuera de los focos y los pinceles, íntima y sola, contemplando asustada como la diminuta morada se llenaba con una luz desconocida. Al fin y al cabo sólo son 40 metros cuadrados (aunque vive Dios que la recalificación espiritual ha sido millonaria).

Al salir del santuario, los chiringuitos de la plaza vendían estampas, rosarios y llaveros que hacían luz, abrían botellas y lo que hiciera falta.

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la venerable ascoli piceno


piedra y rojo

En el sur de Las Marcas nos esperaba una sorpresa formidable: la vetusta ciudad de Ascoli Piceno, encajada entre montañas rocosas sobre el fragor del río Tronto y continuamente cruzada por vecinos ciclistas. Lejos de las miniaturas burguesas y las coqueterías de Perugia, aquí todo es a lo grande: se alzan venerables y robustos palacios, soportales renacentistas y cuadrículas más que imponentes, como la que se asoma sobre estas líneas, la Piazza del Popolo. La urbe se supone antiquísima -las leyendas más entusiastas fechan su nacimiento nada menos que en el 7.500 a.C.-, y ante las impenetrables rocosidades que la rodean, de ella se puede musitar, como canta el salmo sobre Sión, que "su fundación esta sobre los montes santos".


miss italia

La fortuna quiso que fuéramos a hospedarnos justo enfrente de la magnífica Piazza del Popolo, en el hotel Relais Ducale, de modo que en la ventana de nuestro cuarto asomaban los esbeltos campanarios de San Francesco y las almenas del Palazzo dei Capitani. Además, en la plaza estaban instalando un sofisticado escenario con el rótulo de "Miss Italia", y mira tú por dónde, por la noche pudimos seguir en directo, sin movernos de la habitación, la gala televisiva para seleccionar a las mejores bellezas femeninas de los Alpes para abajo. Las calles estaban abarrotadas, con un público entregadísimo a los desfiles, las vehementes arengas del presentador y una batería de chistes e imitaciones polifónicas a cargo del humorista de turno de cuyo nombre no quiero acordarme. Por unas horas, se puede decir que la vieja Ascoli fue fashion.

cuadrículas y olivas

Pasados los efluvios televisivos, las severidades de la ciudad seguían ahí, como esa fachada absolutamente cuadrada de Sant'Agostino, pequeña genialidad racionalista, o la portada cuajada de cuadrículas de Santi Vincenzo e Anastasio, que hubiera hecho las delicias de Mondrian y su mundo de retículas abstractas. Igualmente austera es San Pietro Martire, amplia iglesia donde un rayo anaranjado de media tarde apenas iluminaba a unas diez ancianas que susurraban el rosario entre fragmentos de pinturas medievales. Por cierto que los lugareños son parcos incluso en sus platos regionales: el manjar más indígena es una aceituna rebozada, sin más salsas ni alegrías. Eso sí, con denominación de origen: "Oliva Ascolana".

asesinos y atormentados


ven y verás

También Ascoli Piceno cobija sus rarezas: quizá una de las más espléndidas es el Palazzo Malaspina, con un nombre que ya trae malos augurios y un friso de columnas en forma de árboles talados. Por la piel del edificio aúllan caras desesperadas y expresionistas gritos de piedra de pobres diablos que parecen haber visto un fantasma. Tampoco es muy reconfortante que un cartel invite a visitar "Il bazar dell'Assassino", pero en fin, confiemos que todo se deba a las bromas locales (:-S ).


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Día 8. Norcia, Spoleto y Montefalco


seguidme

Largos túneles y vías sinuosas por los Montes Sibilinos nos llevaron de vuelta hacia las tierras interiores de la Umbria, y la primera parada fue Norcia. En estos parajes hay verdadero overbooking de beatos y beatas, y la pequeña villa umbra tiene el honor de ser la cuna de San Benito "padre de la Europa cristiana" según el monumento, y considerado el inventor de la vida monacal y sus seculares silencios laboriosos. Sin embargo, las calles del pueblo revelan que la Norcia actual es más bien un centro de peregrinación gastronómica, con decenas de templos dedicados a las deidades de los bosques y las granjas, como el jabalí -cinghiale-
, la trufa -tartufo-, el queso y los embutidos. Desde su púlpito de piedra, San Benito observa imperturbable el espectáculo de carnes, sabores y aromas que quitan el aliento. Queda dicho: si vais a Norcia entre horas, corréis el peligro que se os haga la boca agua.


motoleto

Finalmente llegamos a Spoleto, ciudad desordenada y montuosa donde nos recibió un cupido montado sobre un pórtico. Construída sobre una colina, con la imponente Rocca -fortaleza- en lo más alto, la urbe exige ir encabalgando subidas y bajadas para descubrir sus callejuelas pintadas de colores, su casa romana de amplios mosaicos o sus bellísimas iglesias románicas, como la sólida y modesta Sant'Eufemia o la sorprendente San Gregorio, con un interior sostenido por recias columnas cilíndricas y orlado por resplandecientes fragmentos de pinturas medievales.


amanita

Pasadas las honorables piedras llegó el bullicio humano, con el ajetreado mercado que se extendía cerca del teatro romano y con un gran parque verde, donde los niños jugaban entre figuras de setas alucinógenas.

Una majestuosa rampa descendente lleva hasta el Duomo de Spoleto, un solemne templo románico, por todas partes agujereado en forma de rosetones y rematado con un alto campanario de pináculo apuntado. Dentro de la catedral nos abrió sus brazos un mesías medieval y colorista, crucificado con los ojos abiertos de par en par y un caprichoso paño transparente colgado sobre los muslos. Sorprenden estos martirizados indolentes de la Edad Media, pero cabe constatar que, para que Cristo fuera humano y sufriera, habría que esperar a los desgarros carnales y las piedades del Barroco.

las bestias de spoleto


leo

El último de los tesoros de Spoleto requería subir a las alturas. La venerable fachada de San Pietro fuori le Mura, aupada a una larga escalinata, se abre como un libro repleto de narraciones esculpidas en la piedra, con escenas de pastores, ángeles, salvajes depredadores y una interminable imaginería zoomórfica. Cuando nos fuimos, bajo el sol sofocante, un apacible perro leonado, éste de carne y hueso, parecía custodiar las alturas de la ciudad, aunque, a juzgar por su expresión, se diría que le quedaba poco para la siesta.


montefalco, las momias y los buenos augurios


almenas

Al atardecer nos fuimos a la cercana Montefalco, una pequeña ciudad que se preparaba para celebrar fiestas desde su alto emplazamiento que le ha hecho ganar el apodo de Balcón de Umbría. Además de sus formidables vistas, otro de los reclamos de Montefalco, éste a medio camino de las reliquias santas y el pasaje del terror, es el cuerpo incorrupto de Il Beato Pellegrino. Según la leyenda, este buen caminante llegó exhausto por estos pagos, se estiró y murió en la postura que hoy todavía se puede observar. La verdad es que viendo la cabeza amarillenta y caída, las lacias mangas de la túnica y los pies agarrotados no se siente demasiado fervor, sino más bien unas ganas urgentes de salir corriendo (será que hemos visto muchas películas de momias).

Antes de irnos, una señora entrada en años, vecina del lugar, se fijó que hacía fotos a una calle y me preguntó "Ti piace la via?". Le respondí que sí, que me piacía molto (:-S) y le dije adiós por cortesía. "Ciao, amore", respondió la mujer, antes de añadir su personal bendición: "Auguri. Auguri per tutta la vita".

DIARIO DE VIAJE ITALIA 2009 / 3-14 AGOSTO 2009
Día 9. Todi y Orvieto


montesanto

Esto es Todi. Desde el mirador del Montesanto se puede contemplar la preciosa silueta de esta pequeña ciudad de Umbria, modesta y florecida, que se erige alrededor de la Piazza del Popolo. En esta cuadrícula central se miran a la cara el austero Palazzo civil y la no menos sobria fachada del Duomo, simple y armónica como una adolescente tímida. En la plaza burbujeaba un mercadillo cubierto de toldos blancos con todo tipo de artículos, desde inocentes prendas de ropa hasta un tenderete de símbolos nazis y fascistas, donde uno podía llevarse, pongamos por caso, un llavero con la esvástica, un póster de Mussolini o incluso inquietantes armas de fuego que unos transeúntes con aspecto de gorilas quisieron examinar. Junto al amo del negocio, altivo y corpulento, un cartel tranquilizaba los ánimos: La política non c'entra, e puro collezionismo. Pues eso, que coleccionen, que nosotros nos vamos.

el gigante de orvieto


vuelo en orvieto

Este sin duda es uno de los impactos mayores que uno se puede llevar si recorre las tierras de Umbría. La catedral gótica de Orvieto se alza espectacular en medio del trazado de callejas de la ciudad, y luce su impresionante fachada pintada de arriba abajo, como un enorme lienzo cuajado de mármoles rosas y verdes, de bajorrelieves y estatuas y de oscuros cuadrúpedos que se asoman al visitante. Irreal y gigantesca, la fachada casi parece un decorado de cartón piedra que vaya a caerse en cualquier momento...

Entramos en el vigoroso templo, vestido con su pijama a rayas típico del gótico italiano, y vimos un tumultuoso Juicio Final, pintado por Lucca Signorelli a caballo de los siglos XV y XVI, donde una marabunta de demonios y condenados se amontona en una montaña sulfuruosa de músculos y alas crepitantes. Los verdugos mutantes muestran sus extraños culos de colores, mientras, en otro fresco, un turbador demonio susurra al oído al Anticristo para que ejerza su malvada predicación. No es de extrañar que toda esta agonía carnal -del griego agón, lucha- inspirase a un espíritu tan atormentado como Michelangelo para su célebre Juicio de la Capilla Sixtina.


tarde en orvietoreunión


Otra vez en las calles de Orvieto, la tarde dorada invitaba a las tertulias de la tercera edad y a los largos paseos sin rumbo.


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Día 10. Asís y Gubbio


lupus

En lontananza apareció la basílica de San Francisco de Asís, uno de los lugares de peregrinación más importantes del orbe. Todo parecía apacible hasta que, sin darnos apenas cuenta, nos vimos rodeados de un hervidero de coches. Un hombre flaco y nervioso compareció para ordenar el tráfico manualmente y llevarnos a un aparcamiento al aire libre. Suerte que el Cinquecento era pequeño y cabía en cualquier rincón. Luego sabríamos que tanto colapso, con marea blanca de monjas clarisas incluída, se debía a la fecha: 11 de agosto, día de Santa Clara de Asís.

Ríos de turistas inundaban el lugar de nacimiento de quien hoy casi es una figura de la cultura popular, ese santo tonsurado de hábito marrón que amansaba los lobos y hablaba con los pájaros. Lo que aún resulta misterioso es cómo, sobre una biografía personal, se pueden edificar tamaños montajes arquitectónicos y simbólicos (y Michael Jackson demuestra que no es algo privativo de los beatos del pasado). Uno sólo puede detenerse ante la gran basílica, absolutamente revestida de pinturas góticas en su interior, y preguntarse quién es ese del que hablan tanto, o, si se permite el incorrecto símil comercial, dónde está el producto entre tantas marcas.

Ya en las calles de Asís entramos a la librería Fonteviva, donde la dependienta exclamó un espontáneo "Mamma, que caldo!". En efecto, los termómetros no daban tregua, y más valía no ponerse en la piel de esas monjas estrujadas en sus hábitos o de esos frailes de largas barbas a lo pastor afgano. Afortunadamente, el cielo se fue cubriendo de velos húmedos hasta que milagrosamente se puso a llover. Bajo el firmamento variable pudimos admirar la bella Piazza del Comune de Asís, donde se alza algo tan inesperado como un templo romano dedicado a la diosa Minerva. Cuando volvió a salir el sol, cuadrillas de niños nórdicos se acercaban a la fuente de la plaza para remojarse y espantar a las palomas.

Siguiendo inconscientemente los pasos de San Francisco, por la tarde nos dirigimos a nuestro último destino de Umbría.


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mercado

Tras un festival de curvas apareció Gubbio, la ciudad donde, según los relatos, el santo de Asís logró amansar un lobo que se le cruzó en el camino. Quién sabe por qué vereda irrumpiría la bestia "terrible y feroz, que no sólo devoraba a los animales, sino también a los hombres" (Las florecillas de San Francisco), pero lo cierto es que el emplazamiento de esta urbe, apartada en la montaña, se presta a las evocaciones boscosas.

De nuevo tuvimos suerte con el alojamiento y fuimos a parar a la misma plaza del Palazzo dei Consoli, un severo e imponente edificio civil de época medieval que ya se divisa desde la lejanía. Sin adornos, sin colores, sin zalamerías, es esta una ciudad desnuda y severa, llena de cuestas y pendientes, aunque aquí han tenido el acierto de colocar ascensores para subir a las zonas más altas. En la calle, unos jóvenes músicos aporreaban tambores, mientras un mercadillo junto a la augusta iglesia de San Francisco hacía las delicias de los buscadores de potingues, calzoncillos, chirimbolos y cacharros de cocina a buen precio.

Al día siguiente nos despedimos de nuestro Cinquecento de alquiler en el aeropouerto de Sant'Egidio (Perugia) y nos subimos a un tren en dirección a la ciudad eterna.


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Días 11-14. Roma


brrrrooooooooum

Nos reencontramos con Roma el 11 de agosto de 2009, y tras la marimorena caótica y multicultural de la estación de Termini, llegó el barullo constante de motos y coches que dando cumplimiento a las tradiciones patrias más arraigadas, se saltan la más mínima señal de tráfico, adelantan con fiereza y embestirían a su propia madre si hiciera falta (lo siento, escribo aún en caliente).

Pero quién se acuerda de los semáforos y de las leyes cuando la vieja Roma anochece.


ruinas nocturnas


ruinas nocturnas

Estas ruinas iluminadas son lo que hacen de Roma una ciudad irreal, donde en una noche cualquiera, uno puede cabalgar entre los vestigios imperiales, las horrendas pompas neoclásicas de Vittorio Emmanuele II o el gozoso bosque mitológico de la Fontana de Trevi, siempre tan preciosa como la última vez, por muchos flashes y monedas que inunden sus aguas. Mendigos y camareros deben de suspirar por toda esa calderilla que se lanza a diario a la mítica fuente y que siempre invita a volver a Roma, una y otra vez o, por qué no, a recordar que allí te enamoraste.


estrella

Recorriendo el centro de Roma, el soberbio Panteón seguía allí, con el ojo de Dios siempre enfocando su mirada luminosa, mientras la Piazza Navona exhibía los formidables dioses de Bernini, voluptuosos y vibrantes celebrando la victoria del mito sobre el sentido común, de la forma sobre la piedra, de la carne sobre el metal.


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mentiroso el último


mentirosa

En la entrada de la iglesia de Santa Maria in Cosmedin advertimos que la gente tiene una urgente necesidad de comprobar su honestidad, porque a todas horas había largas colas para meter la mano en la archifamosa Bocca della Verità, que supuestamente muerde a los mentirosos. Di que sí: luego pones la foto encima de la tele y quedas como un caballero de la integridad moral.


Menos frecuentada es la vecina llanura del Circo Máximo, mayormente porque ya no queda ni una mota de polvo de aquel glorioso hipódromo que inmortalizó Ben-Hur. Sólo se puede pasear por su largo perímetro vacío, entornar los ojos y creer a pies juntillas que por allí relinchaban los caballos y vitoreaban los aficionados.

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el tíber, sporco o romantico


recién casados

El Tíber (Tevere), uno de los ríos míticos del imaginario europeo, junto al Danubio, el Sena o el Támesis, aún debe conservar cierta aureola romántica: aquí veis a estos recién casados inmortalizándose junto al fiume romano, y desde luego la imagen de la ciudad eterna no sería lo mismo sin la silenciosa serpiente verde que surca todo su trazado. Pero también hay mucha literatura sobre la nauseabunda suciedad del río: ya nos advirtió una napolitana en nuestro primer viaje que "Il Tevere e sporco, bello ma sporco" (El Tíber es hermoso pero sucio) e incluso hay quien ha fabulado con ratas gigantescas menudeando cerca de su cauce (¿por qué todavía no fan filmado alguna Monster Movie con un engendro saliendo de las aguas romanas para destruír el Vaticano?).

La leyenda negra y la urbanidad desaconsejan darse un chapuzón en el Tíber, así que la fortuna quiso regalarnos un oasis de refrigerio en otro lugar.

el altar de los pies


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El Ara Pacis (Altar de la Paz), junto al Tíber, conmemora las victorias del emperador Augusto en el siglo I dC, pero seguro que muchos turistas veraniegos lo celebran como Altar de los Pies, y lo que ayer era triunfante hoy es tonificante, porque las fuentes adyacentes al monumento ofrecen un maravilloso estanque de no más de 10 cm de profundidad donde uno puede aliviar las duricias y callosidades que provoca esta Roma de ferragosto tan falta de metro y de sombras. No sé de quién ha sido la idea de hacer la vista gorda ante esta invasión de pies extranjeros, pero desde aquí se lo agradecemos.

españoles todos


spagna lejana

"Va un tío y se muere el lunes. Entonces dice: ¡joer, pues sí que empezado bien la semana!" (risas). Un turista propagaba a voces el humor hispánico en la escalinata de la Plaza España -valga la redundancia-, donde por algún extraño fenómeno de boca-oreja siempre se agolpan montones de grupos ruidosos armados con gorras y cámaras. Si dicen que media España está en crisis y no se puede ir de vacaciones, desde luego la otra media está en Roma: vayas por dónde vayas te cruzas con psicofonías celtibéricas de diversa índole, desde las estruendosas chanzas de brocha gorda hasta los más recogidos "Gloria, ponte aquí que te haré una foto" o "No, que no, que yo te digo que es por allí", con alguna que otra disputa matrimonial: "Que esto no te lo conoces, Manolo, que no te hagas el valiente". Etcétera.


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el vaticano: mejor de lejos


caminantes

Perdón por la opinión personal soltada a bocajarro, pero no deja de ser chocante que la sede del apóstol San Pedro sea uno de los edificios más feos de la cristiandad. Entendámonos: no tengo nada que objetar a su bella cúpula blanca, ni a su ingenioso juego de columnas, todo tan icónico y fotografiable, pero es su pretenciosidad, el contraste entre lo que quiere ser y lo que acaba siendo, lo que convierte el Vaticano en un enorme artefacto vacío y plúmbeo. Lejos del lirismo florentino y de la encendida espiritualidad medieval, el gran medallón hueco de la plaza diseñada por Bernini más bien encoge el ánimo y despierta ligeros instintos agorafóbicos.

Pasados los controles de seguridad preceptivos -que incluyen imprescindibles indicaciones sobre la longitud de faldas y pantalones-, el interior de San Pedro seguía tan poco inspirador como la última vez: todo gris y dorado, todo armazón y trampantojo, con ostentosos baldaquinos y papas disecados, es de aquellos templos donde los interminables árboles sacros no dejan ver el bosque.


tinieblas

Al atardecer, los enormes apóstoles de piedra nos observaban con severidad, pero yo estoy por solidarizarme con las sectas novelísticas que quisieran volar toda esta mole gris.

el trastero trastevere


madonna del trastevere


Con estas inclementes temperaturas, hace falta valor (Radio Futura dixit) para adentrarse a palo seco en el Trastevere, ese barrio que suena a trabalenguas y a trastero aunque su etimología nos sitúa sencillamente "detrás del Tíber" (Tras Tevere). Sus calles desconchadas, llenas de casas rojas y naranjas -"es un pueblo, todos nos conocemos allí", nos dijo un nostálgico camarero en Perugia- se extienden abandonadas bajo este sol abrasante que ilumina madonnas de papel y solitarios carteles cinematográficos que claman en el desierto contra el pérfido imperio del Cavaliere Berlusconi. La Italia que ayer era iconofílica y que hoy se descubre videocrática reza este lema desengañado: "Basta con aparentar".

Como en una llanura surrealista de Giorgio de Chirico, solitarios mendigos persiguen silenciosamente a los turistas hasta llegar a la Piazza di Santa Maria. Allí se alza la inveterada iglesia de Santa Maria in Trastevere, templo que luce un atrio cuajado de SMS paleocristianos: breves mensajes y fragmentos de los primeros seguidores de la cruz, que agarraban el mármol para escribir despedidas y encendidas promesas de salvación. Por este enorme y pétreo libro de visitas desfilan orantes y barcos, anclas y pájaros, y todos los símbolos primitivos que remiten al largo viaje del alma a las moradas del cielo, donde "hasta el gorrión encuentra una casa".


El viaje del turista es más breve y prosaico, y llega la hora de despedirse de Roma sobre alas de avión.


orante


JOAN PAU INAREJOS
DIARIO DE VIAJE ITALIA 2009 / 3-14 AGOSTO 2009.